martes, 18 de marzo de 2014

Buenos días Mauricio
Me gusta mucho que me pongas a meditar sobre estos temas como el tejido indígena, sus técnicas y significados.
La mochila ha llegado a identificar a los indios de la Sierra, también a los Guajiros, Senúes y muchos otros utilizan diferentes tipos de mochila. No hay que olvidar a los campesinos Colombianos que utilizan una especie de mochila llamada comúnmente: Jíquera.
La mochila es femenina, madre, útero… El poporo es masculino.
La mujer teje la mochila, el hombre sólo puede tejer la gasa, y cuenta el cronista capuchino José de Vinalesa, que en momentos de eclipse, estos papeles se intercambiaban, o sea que el hombre podía tejer mochila o debía tejer mochila.
La forma de bolsa de la mochila se asimila a placenta, útero, vientre, casa, hogar, techo, protección, cuidado.
El tejido en espiral se asocia a la danza creadora que hace Kak´Serancua para crear todo lo que existe, al desposar a Seinekan o Tierra Negra.
Toda esa simbología unida a los hermosos dibujos que adornan la mochila, dan materia para imagina, o investigar mucho más de la vida espiritual y el pensamiento indígena.
El material con que se hace, (lana, algodón, fique, o hilos comprados) las puntadas que se utilizan y el tamaño, los colores con que se tiñen, y los colores de los hilos comprados, se modifican según la destinación de la mochila.
Hay mochilas tradicionales y no tradicionales, destinadas al uso o a la comercialización, para niños o para adultos, para el uso diario o para ofrendas o pagamentos, para la mujer o para el hombre, para el poporo, para la coca, para llevar elementos de uso como la cartera, la linterna, o para llevar bastimento, para llevar las cargas de las mulas o los bueyes.
También al igual que hubo ánforas funerarias, el mochilón, fue el féretro usual para los indígenas, ya que representaba la placenta para el nuevo nacimiento en Arunna, o viaje a Chundua, lugar de los muertos.
Los indígenas de la Sierra pertenecen a una cultura que ha dado mucha importancia al ayuno, la velación (pasar la noche escuchando concejos, meditando) a la moderación en el comer, en el reír, en el vociferar, en el sexo. No aceptan el ocio, el descanso como juegos o la pereza.
Al igual que muchas culturas antiguas del oriente, la meditación es parte importante de su vida y de sus técnicas para buscar la salud del cuerpo y del alma.
Los orientales han encontrado en la recitación de mantras, una técnica para apaciguar la mente y a través de ella, dominar las funciones del cuerpo, el metabolismo, el dolor, el descanso…
El tejer y el poporiar, para mí, actúa como un mantra, o una técnica que por medio de la repetición de un acto, facilita la concentración en algo mecánico que apacigua nuestros pensamientos, esa conversación permanente que tenemos con nosotros mismos, con nuestros deseos, proyectos, enemigos reales o imaginarios. Va modulando nuestra respiración y nos conduce a la tranquilidad y al descanso. Es un acto de meditación y por eso es que los mamos dicen que en la mochila que teje la mujer y en el poporo de cada hombre, van quedando escritos todos sus pensamientos, toda su historia.
Recuerdo en 1968, yo después de haber pasado seis meses en la Sierra, le dije a Apolinar Torres, Comisario de Donachwi, que iba a viajar a Bogotá. Él me dijo que debía confesarme y recibir seguranza para que me fuera bien él en viaje.
La ceremonia fue en nuestra casa. Yo me senté al lado de él, un poco separada estaba una sobrina de él, como de unos 12 años. Yo debía pensar, meditar, el con una seriedad especial como quien está en algo muy importante, poporiaba casi que frenéticamente, salía y entraba de la casa con frecuencia. Se preocupaba por que ni hubiera interferencia, La sobrina muy atenta a él, tejía mochila muy concentrada, lo que para mí no era común pues ella era una niña. En la mochila que tejía Rumualda, que así se llamaba la sobrina de Apolinar y alumna mía, y en el poporo de él, quedó escrita mi confesión, mis pensamientos. Apolinar espontáneamente, días después de que yo regrese de Bogotá me regaló el poporo. Ese gesto para Beatriz Toro y para mí era algo que no entendimos y que sabíamos que significaba una unión muy estrecha entre Apolinar y yo.
Pero volvamos al Tejer. Estar tejiendo o poporiando, cuando no se está realizando una tarea pragmática, de supervivencia, como cocinando, sembrando, cosechando, haciendo casa, etc. es la estrategia que encontraron los indígenas para tener la mente ocupada y apartada de “malos pensamientos, deseos impuros o planes maliciosos”
Personalmente se que tejer es propicio para la meditación el desestrés, el descanso.
Volviendo a las creencias indígenas de que el hombre sólo puede tejer la gasa, para mí es una manera de justificar una tarea femenina como la de tejer, sin que afecte las normas de comportamiento.
El Hombre tiene que tejer gasa, no es que se le permita tejer gasa.
Recuerda que cuando un varón o una mujer llevan una carga a la espalda, la llevan sostenida de la frente, con una gasa, ya sea del la mochila o del mochilón donde va la carga, o de una gasa que se fabrica especialmente o de manera improvisada y que unen a las cuerdas que atan la carga. Llevando la carga sostenida de la frente, quedan las manos libres para otros menesteres, como protegerse en caso de caídas, cabrestear al buey, poporiar, o tejer en el caso de las mujeres, cosa que hace aun cuando caminen por aquellos escarpados caminos de la Sierra.
Si un hombre se encuentra sólo y debe llevar un atado de leña, una calabaza grande, un racimo de plátanos para la casa y no tiene cómo llevarla, lo que hace es improvisar una gasa, pues de lo contrario, la carga sería muy difícil de llevar.
Según la tradición indígena de la Sierra, fueron ellos los que aprendieron de los antiguos, de las Madres y los Padres, todo lo que saben, incluso el arte de tejer y los diseños de las mochilas y su significado.
No es imposible que los Griegos, los Indios de la Sierra y otros grupos humanos hayan encontrado coincidencialmente los mismos diseños, pues en la ornamentación Griega, Romana y de otras culturas Asiática, Europeas y Americanas encontramos diseños iguales o muy semejantes.
Lo mismo ocurre con la forma de tejer o de trenzar los hilos para fabricar una gasa. Yo he encontrado igual tejido en las cinchas que usan los arrieros para atar las monturas y las enjalmas a sus cabalgaduras.
No por eso dejarán de ser Arte Arhuaco y más teniendo presente que a los Indios de la Sierra nada los ha descrestado o apantallado. Nada que para nosotros sea producto de la nueva tecnología o de las artes de otras culturas, les es extraño a nuestros Hermanos Mayores. Lo que ocurre es que en antiguo, en el pasado, o en Arunna, ellos ya tenían, usaban, inventaron o descubrieron eso. Ahora La Madre lo entregó a los Bunachu y a ellos los encargó de otras cosas.
 Siempre me pareció muy oportuna esa manera de pensar. El Indio de la Sierra no se admira o escandaliza de nada, para él todo existe desde el principio, sólo que La Madre los encargó a ellos de cosas más importantes como de cuidar la tierra y salvar la vida por medio de la preservación del equilibrio.

Bueno por ahora se me agotó la carreta sobre el tema.
Te cuento que yo he tejido gazas como las de las mochilas y las he utilizado y vendido como:
Cinturones de colores para atuendos femeninos, como diademas para ponerse en la cabeza y sostener el pelo o evitar que el sudor caiga a los ojos, como amarraderas para las cortinas de las ventanas, como pequeños llaveros. También en una ocasión hice muchas de colores similares que colgadas de un travesaño formaban tapices decorativos muy bellos.
Mi hijo me acaba de proponer que por qué no uno varias puestas paralelas y con ellas formo un bolso. Voy a intentarlo.
También tengo ideadas unas con lasos muy gruesos que por sí mismas formaran un tapis muy modernista.
Cuando tenga unas buenas fotos te mando.

Un abrazo. León.
COSAS QUE ME ENSEÑARON LOS INDÍGENAS.




Entré en contacto con las comunidades indígenas poco antes de cumplir mis 20 años y tomé emocional e irreflexivamente la determinación de que mi vida se desarrollaría en medio de ellas. 
Nací entre campesinos, no me consideré uno de ellos, pues soy hijo de comerciante de pueblo y no de alguien que viviera de su contacto directo con la tierra, que es lo que mejor caracteriza a los campesinos.
Siendo tan joven me llegó un pensamiento muy maduro: 
Sí me quedo entre los indígenas, ¿de qué viviré cuando llegue a la avanzada edad de unos 42 años?
Entonces puse un poco de atención a las artes manuales y utilitarias, en las que indígenas y campesinos son tan hábiles. 
Pensaba que llegando a viejo, podría sentarme a realizar algunas artesanías y con ellas ganarme mi sustento.
Hoy tengo sesentaicinco años. (Un poco más de lo que a mis veinte me pareció una avanzada edad) Me quedé viviendo entre los indígena sólo once de esos años. 
He ganado mi sustento con otros oficios, pero sigo enredado en el afecto que me despiertan las culturas indígenas y campesinas, y entretenido con lo poco que logré aprenderle de sus hermosas y valiosas artes.
Aprendí entre otras cosas a tejer, la GASA o cargadera de las mochilas que tejen las indias de la Sierra Nevada de Santa Marta. Y las sigo haciendo, no como cargadera de mochilas, sino dándole a esa hermosa riata, diferentes usos decorativos y utilitarios.
Haber aprendido ese arte de trenzar hilos entre mis dedos, me ha reportado algunos beneficios económicos y grandes beneficios sociales y espirituales buenos para mi salud mental. Voy a tratar de explicarme.
Querer aprender a tejer entre los Arhuacos, los Kágaba, los Wiwa o los kankuama de la Sierra no es extraño, pues cada varón debe fabricarse su propio vestido, tejido en telar vertical con hilos de lana o de algodón. Pero querer aprender a tejer la gasa o cargadera de las mochilas, si era un poco raro.
Resulta que la mochila sólo la tejen las mujeres y es un oficio que desarrollan permanentemente, cuando no tienen sus manos ocupadas en otros menesteres urgentes o más importantes como cocinar, bañar los niños o cuidar la huerta.
La tradición Indígena enseña que al tejer mochila, la mujer está escribiendo su propia biografía. Allí quedan escritos todos sus pensamientos, ideas, sueños y pecados. 
Los hombres sólo tejen la mochila en momentos de eclipse, cuando de manera ritual se intercambian los roles masculino y femenino.
Pero no era demasiado extraño ver a un hombre tejer una gasa, es más, eso está permitido y de hecho ellos lo saben hacer muy bien. La razón, para mí de esta licencia, estriba en que el tejido de la Gasa es el mismo que utilizan los hombres para tejer una cincha o correa para sostenes las monturas en los lomos de burros, mulas, caballos y bueyes. También se utiliza para hacer la correa con la que sostienen de la cabeza, las cargas que deben llevar en sus espaldas, y que les permite dejar las manos libres para otros trabajos mientras caminan cabresteando los animales, o utilizan el poporo.
Los ancianos Indios reprochan la pereza y el ocio. 
Ser Yurkau o perezoso no es bueno. 
Tampoco es bueno el juego por sólo diversión. 
Todo indígena debe permanecer ocupado en algo de utilidad evidente, y sólo los viejos pueden estar sentados pensando o dando consejo.
Recuerdo a mi madre que nos decía: 
pónganse a hacer algo útil, no es bueno permanecer con una mano encima de la otra.
De esta costumbre deduje yo una gran utilidad para mi salud mental.
Cuando por alguna razón me encuentro sin nada qué hacer, el tejer me libera de la aburrición, del tedio y de la depresión.
Creo que este oficio de movimientos repetidos y rítmicos además que me permite contactarme con mi yo femenino, también es un mecanismo de autocontrol de mis emociones, que me evita caer en catarsis explosivas y traumáticas.
He llegado a asimilar el hecho de tejer, con la recitación de mantras u oraciones, que hacen monjes y feligreses de distintas religiones. 
Experimento al tejer ese efecto de la meditación que logra que pongamos la mente en blanco, que acallemos esa estorbosa conversación que mantenemos con nosotros mismos, y siento que descansa mi cuerpo y mi espíritu, y luego de un rato de enredar hilos me encuentro renovado y alegre.
La mente es loca y desvaría en morbosos recuerdos del pasado y en ilusorios proyectos a futuro. Es poco el tiempo que dedicamos a estar en el presenta que es el único espacio donde ocurre nuestra vida.
Hubo unos días en los que el sueldo que recibía por mi trabajo, no crecía a la par que las necesidades que se presentaban a mi creciente familia. Fue entonces que recordé que había aprendido algunas artes indígenas y campesinas, precisamente para ayudarme en tales ocasiones. 
Desarrollé la idea de que las gasas de las mochilas, ejecutadas con diversos colores y adosándoles algunos colgantes o broches, bien podrían servir como cinturones femeninos.
Y me dediqué a hacerlos y a ofrecerlos en la empresa en que trabajaba. Comencé a recibir pedidos y cada noche hacía uno o dos cinturones que vendía al día siguiente. Durante un tiempo pude percibir que mis ingresos aumentaban y mi tranquilidad y descanso eran mayores. En algunos eventos familiares y sociales no tuve que comprar regalos costosos, pues sorprendía a los agasajados con bellos cinturones, o diademas que yo mismo tejía. Le di a las gasas un nuevo uso, haciendo varias de colores concordantes, diseñé tapices para adornar las paredes de casas y oficinas y en la época de navidad fabriqué con ellas bellas guirnaldas de las que colgaban campanitas, bastoncitos y bolitas de colores.
                           ¿Cómo se teje una gasa?
Para tejer una gasa no se necesita ningún instrumento diferente a los dedos y tener un buen pedazo de cuerda a mano.
Se trata de hacer una trenza donde un hilo va encima de otro y debajo del siguiente y así sucesivamente.

Podemos poner: tres hilos, treinta o más. Un número alto de hilos, sólo requiere más destreza y cuidado.
He habado de hilos, en plural, pero en realidad es un solo hilo, el cual enrollamos, dándole varias vueltas. Para hacer esto nos podemos servir de dos postes paralelos a fin de que todas las vueltas que demos al hilo, nos queden del mismo tamaño.

También nos podemos servir de un gancho puesto en la pared y de la mano izquierda, para dejar la derecha libre para ir enrollando el hilo. 
Es cómoda la posición de los indios que no necesitan de postes o de ganchos. Sentados en el suelo o sobre un banco, preparan la urdimbre, dándole vueltas al hilo entre la mano derecha y el dedo gordo del pié izquierdo. (Ilustrar)
Luego de enrollar el hilo en la cantidad de vueltas que decidimos hacer, lo templamos tratando de emparejar lo mejor posible el largo de todas las vueltas. Finalmente anudamos las dos puntas.
Este gran hilo que enrollamos, perfectamente puede estar constituido por tramos de hilos de diferentes colores, con el fin de dar a la gasa una apariencia más colorida.

En el caso anterior debemos hacer que los nudos que hagamos queden en el mismo extremo, esto es que queden juntos en el lugar donde seguidamente empezaremos a trenzar o tejer.
Una vez emparejadas las varias vueltas, y reunidos los nudos en el mismo sitio, con una nuevo hilo anudamos fuertemente allí, de modo que no se corra, ni deje correr las vueltas hechas y que al  mismo tiempo tenga un ojo, que nos permita sostener ésta urdimbre de un gancho o de nuestro dedo gordo del pié izquierdo para empezar a trenzar. 
Colocamos la urdimbre compuesta por todas las vueltas de hilo que hicimos, colgada de un gancho por medio del ojo del hilo que le fabricamos, de tal manera que quede más o menos a la altura de nuestra barbilla. 

Teniendo como punto de partida el sitio de donde cuelga la urdimbre, vemos un cadejo de hilos hacia nuestra derecha y otro hacia la izquierda. Es muy importante que durante todo el proceso siempre haya dos cadejos y que estos no de junten o confundan.
Según seamos zurdos o diestros comenzaremos a trenzar por el cadejo del lado que nos sea más cómodo. Voy a suponer que somos diestros.
Olvidando por un momento el cadejo izquierdo, tomo con ambas manos el cadejo de la derecha. Lo peino cuidadosamente para que cada hilo caiga lo más verticalmente posible, sin estar enrollada en otros.

Un tejido está compuesto de hilos verticales que forman la urdimbre y de los que periódicamente se cruzan que se llaman la trama. En este momento tengo la urdimbre, y no hay trama.
El índice de mi mano derecha me servirá provisionalmente de trama.
Tomo el cadejo de la derecha de la parte más cercana al nudo y trato de disponer los hilos que lo forman lo más ordenadamente que pueda de afuera hacia adentro. Primero uno, luego otro y otro y otro.
El primer hilo que encuentro hacia afuera, lo hago pasar por debajo de mi índice derecho, el segundo por encima, el tercero por debajo y así sucesivamente alternando hasta que termine de separar con mi dedo índice todo este cadejo. Mientras hago este ejercicio sostengo con mis tres dedos restantes: el de en medio, el anular y el meñique, los hilos que he ido ordenando arriba o debajo de mi índice. 

Al terminar de separar los hilos con mi dedo índice que me está sirviendo de trama, voy recorriendo el cadejo hacia abajo para poder visibilizar bien los hilos que dispuse arriba y los que deje abajo. 

Con mi mano izquierda tomo todos los que quedaron arriba y con la derecha todos los que quedaron abajo. Teniendo bien  empuñadas estas dos nuevas mitades de la urdimbre, abro mis brazos para lograr separarlas bien.
Cuando estoy seguro de no confundirme voy hasta arriba cerca del nudo de donde pende la urdimbre. Decido cuál es el hilo que está más hacia afuera y sin soltar las dos mitades de la urdimbre, y ayudándome del índice y el pulgar derecho, separo éste hilo que elegí. Sin soltarlo lo paso al centro en la mitad entre las dos partes de la urdimbre y lo cruzo en X, de tal forma que me sirva de trama, reemplazando a mi dedo índice que antes hizo ese oficio.
Al cruzar en X ese hilo, puedo volver a la posición inicial la urdimbre. Esto es, unir los dos cadejos de izquierda y derecha, para formar dos nuevos cadejos con las dos mitades que tengo en las manos.
Hecho lo anterior vuelvo a concentrarme en el lado derecho de la urdimbre, peino bien sus hilos, e inicio nuevamente. El primer hilo debe estar por debajo del hilo que crucé en X como trama, entonces lo pongo encima de mi dedo índice, el que le sigue en orden lógico irá por debajo de mi índice, el siguiente por encima y así hasta que termine de trabajar éste cadejo.
Separo la urdimbre en dos nuevos cadejo: uno con los hilos que están encima de mi dedo índice y otro con los que están por debajo.
Vuelvo al tejido cerca del nudo central y decido cuál de los hilos es el que está más hacia afuera, lo separo en medio y nuevamente lo cruzo en X.
Cuando llegues a unas cuatro o cinco veces que hayas repetido este procedimiento, habrás experimentado lo siguiente:
Que ha avanzado un poco el tejido y que se ve muy bien.
Que no es tan fácil como lo digo yo y los hilos se te han enredado varias veces, al punto de que te gustaría mandar todo al demonio y desistir de aprender a hacer gasas, y más sabiendo que ya se inventaron las correas de cuero y de plástico y las venden en todas partes.
Cuando a mí me ocurre  esto, utilizo esta estrategia:
Respiro profunda y lentamente y de esa misma forma exhalo. Practico varias veces la respiración completa, cuya técnica está descrita en muchos cursos de yoga que pueden encontrarse en la red.
Para salir de un enrede hay dos estrategias:
1.       Devolverse destrenzando los hilos que no cuadran hasta el punto que veas que ya cuadran y desde allí reiniciamos el tejido.
2.       Utilizar la lógica de un indígena que frente a un  enredo mío, me aconsejo: no desbarates, eso es trabajo y el trabajo no debe perderse. Eso está bueno así malo. Queriéndome decir que eso feo también era útil. Que me preocupara menos por la estética y más por la funcionalidad.
Cuando no es un enredo, sino un hilo que debiendo estar arriba nos quedó abajo, podemos seguir sin mayor preocupación, pues en el conjunto no se notará mucho.
Meditando un poco en esta observación del indio, he reflexionado en que somos muy exigentes y perfeccionistas,  en especial con los niños y con los subordinados. Olvidamos que la destreza se puede alcanzar luego de ejecutar varios trabajos y no solamente repitiendo el mismo trabajo hasta que quede perfecto.
Somos dueños de prejuicios y tendemos a calificar las cosas por su apariencia: Lo blanco, y bello nos parece bueno, y lo negro, feo o falto de la estética que acostumbramos, lo juzgamos malo.
Vivía mis primeros días con indígenas en un poblado de la Sierra Nevada llamado Donachí, donde se unen los territorios de los Arhuacos con los Kágaba. Estos últimos son en promedio de más baja estatura que los Arhuacos y era muy común ver que el tejido de sus vestidos tenía pedazos que a la vista eran mal ejecutados. En un principio no entendí por qué, si sabían tejer bien, dejaban un pedazo de su vestido con esa mala apariencia. Llegué a interpretar este hecho como una muestra de humildad, de desprecio a la vanidad, que ellos harían a propósito. Sólo hasta que me dijeron: No desbarates, que eso está bueno así malo, fue que entendí que quienes vestían así eran personas que no habían perfeccionado aun el arte de tejer, pero que esperaban hacerlo mucho mejor en la próxima ocasión.
Cuando se teje no para hacer una cargadera de mochila, debe rematarse los últimos hilos que quedan, con un ribete que los envuelva a todos de la siguiente manera.
Espero que alguien de quienes lean este texto, se apliquen a aprender a tejer GASA y que lo consiga. Que también consiga los beneficios mentales del descanso, la meditación y la paciencia. Y que pueda utilizar este arte para mejorar sus relaciones sociales y porque no, que embellezca su casa y la cintura de su amada y de pronto también obtenga unos ingresos económicos.
León Montoya Naranjo.
Marzo 6 de 2014.