martes, 24 de junio de 2014

RECUERDOS DE LA USEMI QUE CONOCÍ

Medellín Octubre 5 de 2009.
Hola, respondiendo a la sugerencia que en días pasados me hizo Astrid, me puse a recordar lo que fue mi paso por Usemi en la Sierra Nevada.
El resultado de ese ejercicio, lo adjunto con  la esperanza que lo lean y me hagan las sugerencias que sean pertinentes o me ayuden a recordar eventos, datos, fechas y nombres que deberían incluirse.
Como podrán ver, soy incapaz de acometer este trabajo desde el esquema de “historia”. Con toda sinceridad, pueden acogerlo o desecharlo, pues es muy posible que mi estilo  no cuadre con la idea original que han tenido para este trabajo, no crean que me sentiré rechazado o mal por eso, están en completa libertad de hacer con estas líneas lo que les parezca mejor.
Lo estoy enviando a Ruth, Leila, Sofía y Astrid, con la misma petición y advertencia.
Hacerlo fue un buen ejercicio y me sirvió para alejar a ese Alemán que se quiere apoderar de mi memoria.
Un Abrazo.
León
RECUERDOS DE LA USEMI QUE YO VIVÍ.
Presentación
Los actuales miembros de USEMI, han manifestado el deseo de recoger la historia del Movimiento y me han solicitado que escriba la parte que corresponde a la Sierra Nevada.
Recoger la historia de USEMI en medio de las comunidades Indígenas de la Sierra, es un compromiso que supera en mucho, mis capacidades. Ser objetivo y ceñirme al hecho histórico y ubicarlo en su contexto global, ser fiel a la cronología de los hechos y recordar los personajes que intervinieron en él y mencionar las causas y los efectos de acontecimientos importantes, sin excluir alguno, es algo imposible para mi, que viví intensamente aquella época, sin pensar que alguna vez debería relatarla.
Aun con esas limitaciones dije que sí, que si escribiría los recuerdos de mis vivencias en la Sierra como miembro de USEMI, pero con la salvedad de que a lo sumo lograría hacer una crónica de mis recuerdos e impresiones de aquellos años; con la esperanza de que alguien con capacidad y disciplina mayores que las mías y uniendo los relatos y testimonios de otros, pueda acercarse a lo que fue realmente la Historia de Usemi en la Sierra Nevada.
No es que yo crea que la historia que hemos leído y estudiado sobre nuestro país y el mundo, sea muy objetiva y verás; pero si quiero declarar antes de iniciar, que el reto de poner por escrito mis impresiones y recuerdos de aquellos días, me sedujo y aun a riesgo de los riesgos que se corren en este intento, me apresto a poner por escrito:
“Los Recuerdos De La Usemi Que Yo Viví”
En 1968, a punto de cumplir veinte años, influenciado por la cultura hippy, pero también por los tangos, la Nueva Ola, la revolución cubana, los balbuceos de Democracia Cristiana, el nadaísmo y el gran movimiento que a nivel mundial iniciaron los estudiantes franceses; aun sin saber qué camino quería tomar en la vida; recibo la invitación de mi hermana, para que la acompañe a la Sierra Nevada de Santa Marta, donde ella integraba,  con otras compañeras, uno de los equipos de  Misioneras Seglares que hacía pocos días habían dejado de ser UFEMI, Unión Femenina Misional, para convertirse en USEMI Unión de Seglares Misioneros.
Para justificar mi presencia en medio de la comunidad Indígena Arhuaca fungiría de maestro rural; aprovechando la facilidad que daba el Concordato entre la Iglesia y el Estado, por medio del cual, en este caso, era el Obispo de la diócesis de Valledupar, Monseñor Vicente Roy y Villalba, el responsable de la educación en los llamados territorios Nacionales de la Sierra. Y fue él, mediante del contrato que tenía con Usemi, quien ordenó mi nombramiento como maestro rural.
La esperanza de mi familia era que dejara de estar vagando sin saber qué hacer y mucho menos metido en la casa de mi novia. Y parece que la intención del Espíritu Santo era que me convirtiera en Misionero Seglar, cosa que no había pasado por mi cabeza, y la mía era investigar el arte indígena, ya que algunos conocimientos que tenía de la obra de paúl Gauguin  y de Picasso me tenían motivado 
El examen de aptitudes para ser maestro de niños indígenas, lo pasé sin tener que presentarlo, ni acreditar siquiera que había terminado mi bachillerato. Bastaba solo con estar tan loco como para quererme ir a vivir con los Indios, querer enseñarles todo lo que yo debía saber, solo por el hecho de ser “Civilizado” y que me presentaran como miembro de un grupo misionero, eso ya me investía de una sabiduría suficiente para desempeñar un buen papel y merecer un sueldo por ello; y claro, lo acepté; ni bobo que hubiera sido, para decir que no.
La invitación no pudo ser mejor; lo único malo fue dejar a mi novia, a quien me encontraba visitando en ese momento en Bogotá. Con el dinero no sé de quién, compré una tula enorme y en ella embutí, todas las tonterías que un pueblerino, bachiller de ciudad, creía que le harían falta para ese increíble viaje hasta la Sierra Nevada, a un pueblito Arhuaca que no me había imaginado, ni interesado nunca. No volví a ver en mi vida un equipaje tan grande, tan inútil y tan pesado. Al transcurrir los 11 años que duró mi estadía en medio de las comunidades Indígenas, mi equipaje cabía en una mochila Arhuaca y constaba de una muda extra de ropa, unas cajetillas de cigarrillos “Pielroja sin filtro” una cuerda útil para muchas cosas,  cepillo y crema dental, una jabonera y una navaja. Ya de los cigarrillos también prescindí y la navaja la guardo porque alguno de los nietos que planeo tener, puede necesitarla cuando quiera salir de excursión.
En el camino y teniendo presente mi anterior experiencia de estudiante de artes plásticas, me imaginaba cual Paul Gauguin haciendo la más excitante investigación del arte indígena.
Las más de diez y ocho horas de viaje en tren, desde Medellín hasta la estación de Bosconia y de allí otras seis en “Chiva” hasta Valledupar, el calor y el ambiente, los cañahuates florecidos, los éxitos del Alejo Durán el primer Rey Vallenato, las compras en “La Galería” y en las tiendas de “Cinco Esquinas”, el viaje al día siguiente, en campero hasta la Finca  cafetera Ariguaní, propiedad de las tías del Cacique político de la Región: Pedro Castro Monsalvo. Todo eso es aun, a cuarenta años de distancia, una acuarela de un colorido indescriptible y un poco surrealista en mi recuerdo.
Ariguaní, finca que más tarde fue reclamada por los indios como propiedad comunitaria, era una alto obligado del camino, allí dejábamos la comodidad de los brincos del carro, para iniciar el fuerte ascenso a lomo de mula o a píe. Allí nos guardaban las mulas, los aperos y nuestra carga cada vez que lo necesitábamos.
No deja de ser un poco Macondiano el hecho de que la Familia Castro Monsalvo, principalísima familia en el concierto político de la región, que hacía solo un año se había convertido en Departamento,  fuera una de nuestras benefactoras.
En su casa colonial, ubicada en una de las esquinas de la Plaza Alfonso López de Valledupar y por la gran puerta de al lado, siempre abierta, había acceso a mulas, cargas y carros, se hospedaba cuanto indio bajaba de la sierra, allí se hospedaron muchos de nosotros en diferentes ocasiones.
De esa familia que nos acogía con tanto cariño, recibimos años más tarde, la acusación de que éramos nosotros los que alborotábamos a los indios en contra de ellos, que habían sido desde tiempos inmemoriales los protectores de los indios.
Pero con acusación y todo, siguen siendo para nosotros: La Tía Nena y La Tía Ocha, dos personajes entrañables en quienes, a nuestra manera de ver, no recaían las responsabilidades de un régimen en el que el indio era un “menor de edad” y un ser de capacidades “inferiores” y los blancos merecedores de todo privilegio y preponderancia frente e ellos, aun hasta el punto de sentar reales en tierras ancestralmente indígenas que contaban con ocupación inmemorial y respaldo en documentos coloniales de carácter inviolable.
Después de ayudar torpemente a cargar las mulas que llevarían nuestro equipaje y el mercado; comencé a observar la actitud, el vestido, las risas, el idioma, la belleza de los indios que bajaron a acompañarnos y a trataba de tragar por mis cinco sentidos aquel paisaje nuevo para mí, pero sospechosamente cargado de antiguas historias, no todas verazmente contadas.
Enormes árboles cargados de epífitas y parásitas, mamoncillos de azucarado mucílago, aguacates y mangos silvestres, iguanas que escapaban al paso de nuestras mulas, Bandadas de loras y periquitos que chillaban estridentemente, infinidad de arroyos tributarios del río Donachuí cristalino y espumoso que se desplomaba rumbo a su encuentro con el Guatapurí, poco antes del famoso Pozo Hurtado, y que como jugando con nosotros nos aparecía unas veces a la derecha y otras a la izquierda del camino; una veces en forma de remansos donde por primara vez en mi vida, vi juguetear a una familia de nutrias y otras veces formaba unas cascadas que no tuvieron que repetirme la invitación; dejé que mis compañeros de viaje siguieran adelante, me desnudé y me di el que desde ese momento fue el baño más reconfortante y placentero que he sentido.
Esta reacción se me convirtió en costumbre, pues de allí en adelanta nunca pude dejar de bañarme una o varias veces en los arroyos que descienden de la Nevada, siempre pensaba: -Puede que sea la última vez que yo pase por este camino y siempre estaré arrepentido de no haber aprovechado esta oportunidad de sentir este placer; sin pensarlo más, afuera ropa y hombre al agua. Pienso que esa fue mi actitud en los años de contacto con los indios: - Esta puede ser la última vez que esté aquí, que presencie esto, que comparta esto. Mi intención nunca fue quedarle para siempre y tal vez por eso fue tan intensa esa experiencia de once años o más, pues nunca he dejado de estar con ellos de alguna manera.
Indios que subían o bajaban, personas mestizas, a quienes llamábamos Atanqueros, por identificarlos con los oriundos de ese pueblo: Atanques; nos cruzaban con sus recuas de burros cargados de mercancía que intercambiaban con los indios. Lo  más extraño para mí era ver en las pesadas cargas que llevaban aquellos burros, un tendido de iguanas vivas que amarradas de sus colas miraban sorprendidas al suelo en un viaje hasta la olla de algún indio que la compraría o la cambiaría por alguno de sus productos.
En ese primer encuentro con los Atanqueros, vi las iguanas, pero no vi las botellas de Chirinche, licor de caña destilado artesanalmente, que estos comerciantes llevaban para ablandar la voluntad de los indígenas a la hora de hacer un negocio conveniente.
Los burros subían cargados de iguanas, sal, hilos de colores, pastillas analgésicas, cortes de lona costeña para el vestido de las mujeres, cuentas para sus collares, algunos machetes y hachas; y bajaban cargados de cebollín, papas aguacates y el Atanquero halando un novillo, unas ovejas o un buey.
Como el negocio se facilitaba con unos cuantos brindis de Chirinche y parte del pago de la res estaba representado en uno o dos litros más del apreciado licor: era justo que nosotros, misioneros, redentores,  poseedores de la verdad y la justicia, emprendiéramos una no bien disimulada lucha en contra de éste, a nuestra manera de ver, desventajoso comercio. Se nos olvidaba o tal vez en ese momento no lo sabíamos aun, que el chirrinche era utilizado por los indígenas en su ritual y para muchas de sus recetas curativas y adivinatorias; o que era el elemento oportuno para aislarse de la realidad, de la dura disciplina que imponía su cultura y sus autoridades, quienes en algunas ocasiones, también los escuché y vi armados de un acordeón, cantando la “Parrandera” pieza Vallenata y Arhuaca muy popular.
Durante el camino aprendí a saludar en la lengua Arhuaca a los indios y a los Atanqueros con un ¡Opa…compadre…! Y luego de siete horas de mi primer y fascinante recorrido por aquellas montañas, llegamos al pueblito Donachuí, formado por seis casas de las cuales la única permanentemente habitada, era la que habían asignado las autoridades indígenas a las señoritas de USEMI. Y yo ya era parte del equipo de las “señoritas”. Es el momento para anotar que sin serlo, tal vez fui el único varón que fue considerado miembro de Usemi. Trabajaron por temporadas otros varones, que siempre dejaron claro que no eran parte del Movimiento o solo iban por una corta temporada.
Las demás casas solo eran habitadas con ocasión de las muy frecuentes reuniones que citaba el Comisario, (Cacique del poblado) con el fin de arreglar los problemas que se presentaban en su comunidad.
-      Nuestra casita de bahareque, paja y piso de tierra, fue anteriormente la capilla que utilizaban los Misioneros Capuchinos cuando venían a evangelizar; me explicaron Leila y mi hermana Ruth, quienes eran las integrantes, de ese extraño equipo misionero, del cual, por arte de magia, de mi status de vago, los privilegios de ser católico en un país con Concordato, era  yo ya miembro, o por lo menos novicio, postulante o aprendiz.

-      Y ésta otra, pregunté yo, señalando la más pequeña de todas las casas, pues no imaginaba que alguien pudiera vivir allí.

-      Nosotros la utilizamos para rezar en la noche, es la pequeña capillita que hicimos al dividir la cárcel de los indios en dos habitaciones; por este lado se entra a nuestra capillita y por la otra puerta se entra a la cárcel que utilizan los indios para castigar a los que incumplen sus leyes. No necesitamos más pues solo nosotros rezamos en la capilla. Aquí por ahora, no hacemos programas de evangelización a la manera tradicional, con rezos, ceremonias y sacramentos; ya luego te iremos explicando ese asunto de la vida testimonial, que es muy complejo.
Yo iba gravando, sin mucha comprensión por el momento: Vivimos en lo que fue la capilla y la actual capilla es parte de la cárcel de los indios. Son misioneras pero no evangelizan. Vaya enredo.
Días más tarde conocí el interior de la cárcel de los Indios, era un cuarto de menos de dos por dos y medio metros, sin más muebles que un extraño madero que según me explicaron era un cepo o instrumento de tortura que los españoles trajeron a América para castigar primero a los Indios y más tarde a los esclavos negros. Los Antiguos Arhuacos, descendientes de los Taironas lo debieron adoptar, al reconocer la eficacia de esa máquina de tortura traídas por los españoles.
Los primeros días fui huésped incomodo de la casa de las Señoritas, donde la presencia de mi hermana, disipaba las preocupaciones y suspicacias de los Bunachu, (Blancos o extranjeros) al ver a un joven dormir en la misma casa y en el mismo y único cuarto con dos jóvenes mujeres.
A los indios esa situación los tranquilizaba, pues veía que las señoritas eran de carne y hueso como ellos y bajo ciertas normas culturales, en la casa indígena, se comparte el mismo espacio para dormir alrededor de la fogata central. Además más tarde me enteré que para los indígenas de la Sierra, la cama y la noche no tienen las connotaciones y no son los escenarios para cortejos erótico o rituales reproductivos que tiene para nosotros los “civilizados”. Entre ellos el amor o el sexo y la búsqueda de la reproducción de efectúa en un lugar más poético o quizás más pragmático, en la huerta, ya que ellos no hacen el amor, ellos siembran hijos.
Para mayor comodidad y no tener que dar explicaciones incómodas, más tarde me asignaron un rincón en la enfermería; una casa más grande, con techo de cinc, donde en algunas noches invernales me arrullaba el golpeteo de la lluvia. Era como dormir metido dentro del tambor redoblante de la banda de guerra y otras me desvelaba el llanto de los frecuentes niños enfermos que debían quedarse hospitalizados, a causa de las enfermedades diarreicas o pulmonares, que azotaban inmisericordemente a la comunidad indígena.  La diarrea y las enfermedades respiratorias, eran las principales, por no decir las únicas razones que ellos tenían para buscar nuestros medicamentos. El Mejoral también lo solicitaban para combatir el cansancio y el café para el dolor de cabeza.
Con este cambio de vivienda inicié mi curso autodidáctico de carpintería, pues tuve que fabricar mi cama, mi ropero y mi biblioteca. Esto es, cortar unas gruesas tablas acerradas rústicamente por Vega Moscote, un indígena Kogi, clavarlas y asegurarla del piso en el caso de la cama y de las paredes en el caso de lo que yo llamo ropero y biblioteca.
Recuerdo que en esos días me asombró la solicitud de Santuno un indio Wiwa, casado con una indígena Kogi, de que le fabricara un pequeño ataúd para sepultar a su más pequeño hijo que había muerto. Me extrañó la solicitud pues sabía que los indígenas tenían ceremoniales mortuorios diferentes que no incluían ataúdes; aproveché la oportunidad de hacer un amigo más y no pregunté la razón de tal requerimiento.
Pude fabricar estos muebles, gracias a que una misionera que ya había pasado por allí, había dejado un equipo de carpintería bastante completo. Se trataba de Amparo Gallo quien en los diferentes equipos misioneros de Usemi, se desempañaba como Mejoradora de Hogar y una de las tareas que más le gustaban era las de carpintera y lo hacía muy bien en cuanto a equipar las casas de las misioneras, las escuelas, las enfermerías, ya que los indígenas no han apreciado mucho muestro mobiliario.
Y poco a poco, de la mano de mis pacientes maestras, de los mismos indígenas, de la Biblia de Jerusalén, de los documentos del Encuentro de Iquitos, los del Concilio Vaticano Segundo, los del la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín, los del Encuentro de Golconda y muchas cartas de Gerardo, como se referían ellas al Obispo de Buenaventura, Monseñor Gerardo Valencia Cano, quien había fundado a UFEMI; fui adentrándome en ese nuevo y fascinante mundo del testimonio cristiano en medio de las culturas Indígenas, en aquello de descubrir a Cristo presente en las diferentes culturas humanas, como prueba inequívoca de su encarnación.
La diaria revisión de nuestro qué hacer en medio de la comunidad Indígena de la Sierra Nevada, a la luz de los Evangelio,  del libro de los Hechos de los Apóstoles, de las epístolas de San Pablo, todo eso hecho con simplicidad y con sincera autocritica, iba dándonos confianza, la cual necesitábamos para soportar y sobre vivir a nuestra audacia juvenil y nuestras enormes dudas, sobre lo pertinente de nuestro actuar en medio de la comunidad indígena.
Más que evangelizar, nos estábamos evangelizando, en un permanente e intenso curso de sagradas escrituras, documentos de la iglesia y teología.
Además de la mirada crítica a nuestras tareas, tratábamos de estar atentos a interpretar y a actuar consecuentemente al momento que vivía América Latina, los movimientos cristianos, los movimientos políticos, estudiantiles y en especial el renacer de la conciencia Indígena sobre su realidad y sus derechos.
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No puedo dejar de mencionar que para mí era muy impactante la permanente penumbra de las casas indígenas; unas eran redondas otras eran cuadradas o rectangulares, de una sola habitación, con paredes muy bajas, techo de paja y sin ventanas.
Así que uno de los primeros caprichos que me di, después de convencer a mis dos compañeras de equipo y creyéndome un consumado carpintero, fue abrir dos tremendos huecos en la pared de la casa de las Señoritas y colocar allí dos hermosas ventanas de madera, que fabriqué con las tablas más pesadas que uno pueda encontrar.
Los indios pasaban y prudentemente me veían afanado en mis tareas de arquitecto reformador y no decían mayor cosa o mejor dicho, no era mayor cosa lo que les entendíamos de lo que ellos decían.
Pero no tardó en visitarnos Beatriz Toro, la fundadora de ese puesto de misión y nos preguntó, si habíamos pedido permiso al Mamo para poder abrir esas ventanas. Nos miramos sorprendidos e inocentemente preguntamos:
-      ¿Por qué…?
Seguidamente recibimos una importante lección de lo que era vivir en medio de una comunidad indígena dueña de una cultura con creencias, mitos, costumbres y tabúes, diferentes a los nuestros; con autoridades que había que respetar y tomar en cuenta. Y además nos hizo una advertencia; sí queríamos vivir en paz y aceptados por los indios, teníamos que comportarnos como invitados, no como propietarios, deberíamos observar mucho, aprender y entender su cultura y tratar de descubrir todos los valores que en media de ellos había.
La lección fue bien recibida, organizamos una visita donde el Mamo Donki, en compaña de algunas de las autoridades “civiles”; le hicimos saber que lo que habíamos hecho había estado mal, por no tomarlos a ellos en cuenta, pero que obedecía solo a nuestra necesidad de airear e iluminar la casa, pues como Bunachu que éramos, no veíamos muy bien en la penumbra y nuestro trabajo no se realizaba como el de ellos, casi siempre al aire libre, sino dentro de la casa.
Allí se manifestó por primera vez para mí la gran comprensión y tolerancia de los Indios de la Sierra Nevada. El Mamo Donki realizó un ceremonial de confesión y de pagamento y quedó sellado un compromiso por medio del cual, cualquier cosa que quisiéramos modificar, no lo haríamos sin tomar en cuenta la opinión y el permiso de las autoridades Indígenas y si algo hacíamos sin consultarlo, ellos estaban autorizados para pedirnos las correspondientes explicaciones.
Quedamos felices del resultado de este incidente, pues hubo, de allí en adelante mayor confianza y nos sentimos verdaderamente aceptados por los Indígenas.
Recordamos que teníamos algunos escritos más, a los cuales acudir para evitar caer en aquellos errores y para conocer mejor la cultura de la gente en medio de la cual vivíamos. Leímos y releímos el libro Los Arhuacos de padre José  de Vinalesa, misionero capuchino español, la obra de Jorge Isaac sobre la Sierra Nevada de Santa Marta y las obras de Gerardo Reichel Dolmatoff, pues hasta allí llegaban las publicaciones referentes al asunto.
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Por aquella época, fines de los 60s, Usemi en su organización contaba con un Equipo coordinador presidido por una coordinadora general. No era difícil para mí hacer la comparación del consejo provincial de las comunidades religiosas que era presidido por el provincial o la provincial.
La coordinadora general era la máxima autoridad y era elegida en asamblea por todos los miembros del Movimiento. Ella decidía sobre todos los temas que afectaban la vida de los equipos y las de la organización general. Era común que cada uno de los miembros tuviera con ella una reunión privada, para enterarse de los diferentes problemas espirituales y mundanos y ella en compañía de los demás miembros del equipo definían la conformación de los equipos de base, atendiendo a los temperamentos, las amistades, los talentos, los recursos y las necesidades del apostolado que se hacía en cada región.
Este sistema poco a poco se fue secularizando y democratizando, pero en mi percepción, siempre fungió como coordinadora general María Eugenia Posada, quien había alcanzado gran respeto y acatamiento entre la gran mayoría de los miembros de Usemi. Por cuestiones de familia, salud y aptitud, no trabajaba en los equipos de misión. Pertenecía a una importante familia antioqueña y era muy  hábil o tenía muchos contactos para conseguir recursos económicos y desempeñaba muy bien ese papel.
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¿Dónde estábamos?
La comunidad Indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta, formada por los grupos Arhuacos, los Kogi, los Wiba y algunos reductos de Kankuama, era fuertemente influenciada por:
Las comunidades mestizas habitantes de los poblados de la parte baja de la Sierra. A esa comunidad pertenecen los Atanqueros antes descritos, pero hay que agregar que esta población de mestizos en mayor o menor grado eran descendientes del cuarto grupo indígena del Sierra, los Kankuama, quienes por la presión de la sociedad nacional habían perdido hasta el uso de su lengua nativa, su vestido tradicional y casi por competo su organización social.  Es decir allí casi fueron” exitosos los programas de Civilización, castellanización e integración de los indios a la sociedad Nacional”.
Muchos se ufanaban frente a nosotros, de no ser indios, sino mestizos y estudiados. No eran solo los habitantes de Atanques, también eran miembros del grupo mestizo, por esta vertiente de la Sierra, los habitantes de los poblados de Guatapurí, Chemeskemena, La Mina, Potrerito y otros.
No dejábamos de mirarlos con recelo: su oficio de comerciantes que los hacía aparecer a nuestros ojos, como explotadores de los indígenas. Nuestro paternalismo, nos impedía ver más allá en este complicado mundo de relaciones socioculturales. Entre los muchos productos de intercambio, el principal, a nuestro entender, era el Chirinche,  lo asimilábamos como la misma manifestación del pecado y nos habíamos convertido en los adalides de la moralidad. Cuando recuerdo algunas actuaciones mías y de mis compañeras, frente al chirrinche, no dejo de verme como en inquisidor entrometido, juzgando a otros con una moral caduca e inaplicable en tales circunstancias.
Solo excepcionalmente se ha presentado el alcoholismo como problema social entre los indios de la sierra.
El aparente desprecio que por los indígenas tradicionales, demostraban los mestizos, nos hacía mirarlos con pesar, pues considerábamos que habían perdido definitivamente el más grande de los valores que una vez tuvieron, el ser indios, poseedores de una valiosa cultura, diferente a la nuestra, que era la de conquistados, adoctrinados y despojados de valores propios de los cuales enorgullecernos. Sin duda éramos lo suficientemente miopes para no poder ver detrás de esa pequeña capa de barniz “Civilizado” al indio intacto, viviendo una cultura que se modificaba, como estrategia para sobrevivir a un embate transculturador que ya soportaban desde principios  del 1500. Éramos lo bastante ignorantes para ver lo indígena, solo representado en formas externas.
Esta comunidad de “Atanqueros” o mestizos en general, no solo iba a comerciar con los indígenas, también iba a visitar a los Mamos, a buscar sus conocimientos sobre las enfermedades, a buscar salud y concejo; a celebrar acontecimientos económicos, sociales y familiares; relación que no eran del todo clara para nosotros.
Era muy evidente la actividad de algunos de esos mestizos, en época electoral. Eran ellos quienes, por orden de los caciques políticos de la capital departamental, los encargados de reunir y convocar a los indígenas a las votaciones. Se hablaba de conservadores y liberales entre los indígenas, distinción que no alcanzó mayor significado e importancia entre la comunidad.
Nuestra ingenuidad política, el nivel del análisis que en esos momentos lográbamos hacer de la realidad indígena en el marco de las diferentes fuerzas que en el panorama nacional e internacional, se medían en la Colombia de los 60s y los 70s, el poco conocimiento que habíamos logrado sobre la realidad económica, política y cultural de la Sierra Nevada, nos hacía ver enemigos donde solo había víctimas de diferente nivel, en un mundo de relaciones sociales complejas y una ausencia casi total de equidad.
En los politiqueros campesinos veíamos la mano larga de los gamonales de ciudad, pero ignorábamos que los Mindiola, los Zalavata, los Quintero, los Villazón, los Izquierdo, eran apellidos y relaciones de parentesco de una familia extensa que se extendía desde Valledupar y otras poblaciones del Cesar, la Guajira y el Magdalena, a los poblados de las estribaciones de la Sierra y subía por el Guatapurí. El Palomino, el Fundación y otros ríos y caminos hasta la misma Nevada.
Como anécdota, recuerdo que años más tarde, cuando yo en Bogotá me desempeñaba como ejecutivo de una compañía de seguros; me encontré con un grupo de Indios de la Sierra que habían sido mis amigos. Los invité a mi apartamento y allí entre muchos temas tratados, les hice conocer las dificultades económicas para subsistir en la ciudad con el pago de arriendo, transporte, servicios públicos, educación de los hijos etc. La propuesta de ellos fue inmediata: vuélvete a la Sierra y vives como Atanquero, nos llevas productos de Valledupar que nosotros necesitamos y nosotros te vendemos los nuestros y así en ese intercambio tu ganas con que vivir, ya que no tienes finca.
Mis amigos me propusieron vivir como aquellos en quienes yo había visto, a los explotadores de ellos. Como aquellos en los que ellos solo veían a unos compadres con quienes intercambiaban unos productos y en medio de ese intercambio cada uno obtenía el beneficio que estaba buscando. Análisis sobre valor real, valor de oportunidad, rendimientos, utilidades, gastos de venta, comisiones etc. Son conceptos sin importancia frente a la satisfacción de la necesidad presente y el beneficio incomparable del compadrazgo.
Que complejo es el mundo de las relaciones económicas, políticas y culturales. Que amplia y generosa es la visión del indio y qué difícil es meterse a redentor.
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Los colonos provenientes del interior del país fruto del desplazamiento ocasionado por la violencia de los años cincuenta.
En su carácter de colonos, se apropiaron por diferentes métodos, de tierras dentro de la llamada “Línea Negra” o línea imaginaria que con hitos geográficamente reconocibles marcaba la separación de la tierra de los Indígenas de la del resto del país.
Aunque algunos de los colonos estaban casados con mujeres Indígenas, eran intrusos soportados tal vez por la costumbre indígena de que la mujer era la verdadera poseedora de la tierra, y siendo ella indígena la tierra no se perdería; pero en el caso de los que portaban escrituras públicas sobre sus terrenos, eran mirados sospechosamente, pues de alguna manera estaban quebrando la integridad del territorio y detentando propiedad sobre “la Madre” lo cual contradecía las profundas creencias de los indios: “ Nadie puede decir que es dueño de la Madre”
A todo esto ayudaba también la ignorancia sobre la ley agraria, los derechos de los Indígenas emanados de las leyes de Resguardos que convenientemente muchos terratenientes querían desconocer, declarando muchos territorios indígenas como Baldíos, los cuales se podían obtener legalmente, alegando posesión.
El enredo jurídico se completaba con la delimitación de Reservas Indígenas, labor que eficazmente venía haciendo el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, lo que hizo caer a muchos en trampas que llevaron a grandes conflictos y a derramamiento de sangre en muchos lugares de Colombia.
La recuperación de sus territorios ancestrales, fue convirtiéndose poco a poco en un frente de batalla para los Arhuacos, quienes en su argumentación integraban los terrenos pertenecientes a los demás grupos indígenas de esta región y comenzaron trabajos por unir a aquellos en la misma lucha. Los terrenos al interior de la “Línea Negra” eran las tierras de “Los Hermanos Mayores” o sea los indígenas, y los terrenos fuera de esa línea era la tierra de los “Hermanitos Menores” o sea los Colombianos y los demás pueblos.
Nuestro compromiso con los Indígenas, nuestra determinación de practicar  la fe Cristiana dentro de las nuevas interpretaciones de la Teología de la Liberación, a cuyo estudio y reflexión nos habíamos aplicado con entusiasmo, nos hizo alinear al lado de los indígenas más tradicionales, quienes luchaban con pocos argumentos  comprensibles en las esferas gubernamentales, por la recuperación de su territorio.
Iniciamos contacto con el INCORA, especialmente con la oficina encargada del estudio y adjudicaciones de tierras, para poder dar a los indígenas los documentos y argumentos que les permitieran el logro de sus objetivos.
En aquella oficina nos encontramos con excelentes profesionales, diligentes funcionarios y personas de calidades humanas excepcionales. Recuerdo a Adolfo Trina Antorbeza, Enrique Sánchez, Roque Roldán, Mauricio Sánchez, Miguel Vásquez luna  y otros que mi mala memoria me impide nombrar, pero que dieron una lucha institucional y legal por ayudar a los indígenas de Colombia a recuperar la posesión de sus tierras ancestrales, siempre en el marco legal e institucional, pero no solo desde sus obligaciones laborales sino, yendo más allá, hasta sacrificar de manera importante su tranquilidad. Allí nos encontramos con otro tipo de misionero, cuya inspiración no era necesariamente el evangelio sino algo que estaba un poco antes que eso y era la condición de hombres, de prójimos, de compatriotas.
Fuimos exitosos en nuestra tarea de intermediarios facilitadores del intercambio de conceptos, datos, documentos, estrategias, viajes, hospedajes y análisis que hiciera de parte y parte inteligible los objetivos y razones de esta compleja lucha que terminó en que los indígenas de la Sierra, con la ayuda de muchas otras personas y organizaciones, pudieron presentar y hacer valer la solidez de sus argumentos de manera clara y aceptable por las autoridades del orden nacional.
Hoy, año 2009, los argumentos de los Mamos Arhuacos, son expresados y defendidos por el Presidente de la República, quien integró su programa de Familias Guardabosques con el concepto de “Hermanos Mayores” que cuidan el mundo, el ecosistema. Y el de la Línea Negra con una serie de poblados que bordean la Sierra como un cinturón que la defiende. Puede que las políticas oficiales sean oportunistas y lleguen  poco profundo en la filosofía Indígena regional, pero de lo que si estoy seguros es que los Mamos sabrán integrar esos hechos a las estrategias de su preservación. Ellos son capaces de “Aruhaquizar” todos esos fenómenos
Fue una etapa de “Educación experiencial” en trabajo político y recuperación de la Historia, que nos llevó con ellos, incluso hasta el Museo del Oro en Bogotá, donde encontraron en algunas de las piezas allí guardadas, los mapas que daban fe de su argumentación sobre la Línea Negra y los mapas conceptuales que definían su organización social.
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Nuevas Organizaciones Indígenas.
A mediados de los años 70s, podríamos hablar de una nueva influencia, cual fue la de las Organizaciones Indígenas del Cauca y de otras regiones de Colombia, con quienes comenzaron a alternar los Arhuacos, al participar en los Congresos que se realizaban en diferentes lugares del país.
USEMI, vio con muy buenos ojos la participación de los indios de la Sierra en estas reuniones. los acompañamos en algunas de ellas con el fin de conocer de cerca éste movimiento nuevo y aprender de él y colaborar en algo que para nosotros era importante: que los mismos indígenas comenzaran a tomar las riendas de su futuro y que la influencia foránea fuera cada vez más limitada o por lo menos no tamizada ideológicamente por nosotros.
Reunión de líderes Arhuacos, con Mamos Kogi en Maruamake 1976 aprox.
Les reconocíamos mayoría de edad y capacidad para discernir, discutir y plantear sus tesis y argumentos, estando nosotros para acompañarlos en ese proceso, con un espíritu crítico, respetuoso y convencido que su camino era semejante al del Éxodo del pueblo de Israel, una búsqueda que Dios presente en la historia, habría de iluminar por encima de nuestras buenas intenciones y también por encima de las supuestas malas intenciones de otros.
La Liberación que en esos momentos se planteaba, no era solo la liberación de los indígenas, de su situación de explotación frente al blanco o sociedad en general; poco a poco comenzamos a ver que los Indígenas como minoría eran parte de los pueblos y grupos que buscábamos la Liberación de diferentes fuerzas opresoras. Por diferentes motivos, con diferentes estrategias y armas, se planteaban luchas liberadoras, dentro de las cuales la Iglesia  Católica aportaba las suyas y dentro de ella, USEMI estaba presente con su opción.
Internamente los Arhuacos ya trabajaban por lograr una organización que aglutinara de manera centralizada, los diferentes poblados que estaban dirigidos por “Comisarios y Secretarios Indígenas” quienes sin desconocer la mayor autoridad, por experiencia, prestigio o edad de los “Comisarios o Mamos de algunos otros poblados, acudían indistintamente a la Oficina de Asuntos Indígenas, al Inspector de San Sebastián, de Pueblo Bello, de Atanques; al alcalde de Valledupar o a las Señoritas, buscando la solución de diferentes conflictos, fueran estos, de orden familiar entre esposos, pleitos con vecinos, pérdida de ganado, de tierras, etc.
Era necesaria una autoridad central Indígena a la cual acudir, antes de cualquier autoridad foránea. En la memoria de los ancianos, estaba los Cabildos Indígenas de la época Colonial. En la experiencia y contactos con otros grupos Indígenas de la Nación volvieron a escuchar de los Cabildos Indígenas del Cauca, El Tolima y otros lugares. Así que los Arhuacos, tomando la palabra “Cabildo”, más no la organización colonial, que había alrededor de ella; nombraron su  Cabildo Gobernador. Este cargo recayó en  Liderato Crespo, Bienvenido Arroyo que fue reemplazado más tarde por Luis Napoleón Torres, este último asesinado durante un viaje a Bogotá cuando con otros compañeros iba en busca  del apoyo oficial para la solución de sus múltiples problemas, creados cuando  a su territorio habían llegado para quedarse, las terribles fuerzas del conflicto que aun hoy día actúan en nuestro querido país, narcotraficantes, guerrillas y paramilitares.
Recuerdo en Luis Napoleón al Joven que una vez llegó a nuestra casa en Donachuí, llevando en su mochila un radio de pilas en el que solo se podía sintonizar a Radio Sutatenza. Llegó a mostrarnos que había concluido sus estudios en la escuela radiofónica tan famosa en la comunidad Campesina de Colombia por aquellos años. Quería solicitar nuestra colaboración para viajar a la población Boyacense a culminar de manera presencial sus estudios. Sé que alguna gestión hicimos para ayudarle y que tiempo más tarde comenzamos a verlo actuar como una de las autoridades más carismáticas con que ha contado la comunidad Indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Pero volvamos a los días en los que la comunidad Indígena Arhuaca luchaba por integrarse bajo una gran autoridad central que de manera formal, no teníamos noticia comprobables, de que hubiera existido. Nuestra actitud sin mayor crítica, fue respaldar a la autoridad central que ellos mismos se habían impuesto, esto como garantía del logro de la unidad que buscaban los mismos Arhuacos y que nosotros considerábamos fundamental para su permanencia como grupo cultural autónomo y respetable en un país multicultural.
La cultura indígena de la Sierra Nevada, tiene la gran capacidad de asimilar influencias, formas, nombres, matices que aparentemente son nuevas, foráneas o que podrían modificar estructuralmente su organización cultural; pero al fin de cuentas tras este sincretismo, permanece viva y actuante su organización, su cosmogonía, su filosofía y su manera de actuar. A ese fenómeno lo llamábamos nosotros aruhaquización.
Tras la nueva organización presidida por el Cabildo Gobernador, un joven líder educado en las escuelas radiofónicas de Sutatensa, permanecen los ancianos los Mamos que en definitiva son los que “mantienen el orden o lo componen” por medio de las Leyes de las Madres y Padres, siguiendo la costumbre de “Divinar” y hacer los pagamentos, seguranzas, baños y peregrinajes a los lugares sagrados a fin de encontrar la solución a los problemas que plantea el diario vivir y en especial los que plantean los “Hermanitos Menores”
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La comunidad de misioneros y misioneras Capuchinos, presentes especialmente en San Sebastián de Rábago (Nabusimake) desde principios del siglo XX. Herederos de una forma de evangelizar instaurada desde la colonia. Representantes de la única “religión verdadera”. Encargados por el mismo Jesucristo de bautizar a todos los hombres en el Nombre del…. Tenedores de los derechos emanados del Concordato firmado entre la Iglesia Católica y el Estado Colombiano para manejar las relaciones del Estado con los pueblos Indígenas; eran en aquellos días nuestros superiores o patrones, ya que algunos de los contratos de trabajo que nos permitían estar allí dependían de ellos.
Una de las dos puertas de acceso a la amurallada Nabusimake.
Regentes fundadores del Orfelinato Internado de San Sebastián de Rábago, (Nabusimake) donde eran llevados todos los niños Indígenas, huérfanos o no, para recibir la educación escolar decretada para todos los niños del País con el objeto de ser evangelizados e “integrados a la Nacionalidad Colombiana”.
Lograban este propósito de matricula general, con la ayuda de la policía escolar, método coercitivo no extraño en otras regiones del país, pero al cual escapaban muchos indígenas que migraban a regiones más alejadas y menos visitadas por los misioneros y sus policías.
Ser estudiante significaba, ser separados de su familia, cambiar su vestido por el vestido occidental en su versión monacal y austera. Prohibición de hablar su lengua nativa, separación irrestricta de sexos y 24 horas diarias de disciplina bajo el cuidado de sus maestros religiosos y religiosas, participación diaria de las oraciones sacramentos y rituales propias de un convento cristiano.
Los niños internos en el Orfelinato, salían como jóvenes ya casados con alguna de las niñas también egresadas del mismo Orfelinato, sin que hubiera mediado la voluntad de sus padres en dicho matrimonio. Esta semilla de la nueva sociedad que querían formar los Misioneros Capuchinos, se establecía en la tierra que los mismos Misioneros, que con la potestad que les daba el “Gobierno” por medio del Concordato, elegían para ellos.
 Estas fincas principalmente eran ubicadas en algún sitio del Valle del Río San Sebastián en la región denominada Santo Domindo y El Pantano. En esta autoritaria disposición y distribución de la tierra, subsistía un concepto de Señor Feudal. La repartición de la tierra la hacía amparados en el concepto y leyes sobre terrenos baldíos, con ello se desconocía el derecho inalienable proclamado por la ley de resguardos y lo que era claro para los Mamos era que “La Línea Negra” marcaba los límites entre la tierra dada por la Madre a los Hermanos Mayores y la entregada a los Hermanos Menores.
El Valle de San Sebastián era una tierra rica que permitía el uso del arado de bueyes y lo suficientemente cercana da la Misión con el fin de facilitar la conformación de una sociedad de indios “Civilizados y catequizados” que podrían asistir al ritual católico en la misión y más tarde sus hijos a la escuela que en el mismo Pantano se fundó.
A  cosas como estas era que se oponían la mayoría de los Indígenas Arhuacos y años más tarde ocasionaron que la misma comunidad Indígena exigiera la salida de los Capuchinos del  territorio indígena.
Los Capuchinos con su forma tradicional de ver la evangelización y su papel de civilizadores, no fueron capaces de cambiar, de reinterpretar su misión a la luz de las ciencias sociales, de las nuevas doctrinas de la iglesia, y para evitar males mayores tuvieron que salir y dejar en manos del Cabildo Gobernador lo que fue su Orfelinato Internado, su convento, sus fincas y hasta la pintoresca  capilla que habían construido en el poblado de Nabusimake.
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La Salida de los Misioneros Capuchinos se da en el momento en que el movimiento iniciado por USEMI, de formación de maestros indígenas avalado por el Cabildo Gobernador, ya había tomado fuerza suficiente como para que la misma organización indígena con respaldo del gobierno nacional, tomara bajo su responsabilidad la coordinación de estas acciones.
Para esa fecha se había modificado el estilo de trabajo localizado de los equipos de USEMI; se contaba con un equipo volante que viajaba a diferentes pueblos. El sostenimiento de ese personal no dependía de sueldos de maestros y enfermeras, sino de proyectos que se presentaban a entidades internacionales de ayuda al desarrollo y de la cooperación de la misma comunidad indígena.
Usemi, tenía en los equipos de ciudad, especialmente el equipo de Medellín, su sostén económico. Algunos miembros del movimiento trabajaban especialmente en la administración de comedores industriales, en la venta de artesanías y con esto ayudaban a sostener las misiones. También organizaban basares y con los miembros auxiliares pedían limosnas que de alguna manera ayudaban a las labores de los equipos de base. Los contratos con los obispos, con las secretarías de Educación y de Salud eran otras fuentes de ingresos para el sostenimiento, pero cuando ya estas se agotaron, los proyectos presentados a ONGs internacionales fueron la solución.
Esta manera de financiar nuestro trabajo nos dio gran independencia o libertad de acción, pero como era de esperarse: a mayor libertad, menos seguridad. Contamos con la comprensión y el respaldo financiero de muchas ONGs europeas y norteamericanas, las cuales otorgaban sus ayudas económicas a programas de desarrollo que encajaran con sus principios e ideología. Nosotros utilizamos y buscamos estas ayudas en la medida en que nos dieran libertas para ser consecuente primero con nuestros principios éticos y morales y en segundo lugar los objetivos de los indígenas con los cuales trabajábamos. Un proyecto que en el papel se realizaba en seis meses nos daba ingresos que estirábamos para sobrevivir un año o más.
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Los misioneros seglares españoles de la AMS. Asociación Misionera Seglar. Equipos de esta asociación hicieron presencia durante varios años en los poblados Arhuacos de san Sebastián, las Cuevas y La Caja. En mi memoria queda únicamente, algunos intentos que hizo el Capuchino Padre Guillermo en 1968 porque coordináramos trabajos, lo cual no se logró; también queda mi respeto a una enfermera española: Begoña, que unía de una manera bastante eficaz la medicina occidental, con la aplicación de muchas recetas de la botánica española y algunos intento de unas de sus integrantes por actualizar un poco sus tradicionales métodos de hacer misión. Estas participaron en algunos de los cursos de antropología y técnicas de investigación que USEMI organizó y alternaron con Usemi en algunas actividades, sin que se lograra un cambio de metodología en ellas, cosa que tampoco recuerdo que nos hubiéramos propuesto conscientemente.
Sea esta la oportunidad de mencionar, que años antes, cuando UFEMI quería convertirse en USEMI  y buscaba encontrar una manera laica y autónoma de prestar sus servicios a la Iglesia, un grupo de misioneras UFEMI, viajó a Europa para conocer algunas organizaciones misioneras laicas y entre ellas estuvo la visita a La AMS en España.
A mi manera de ver su dependencia de la jerarquía Católica local, marcó su desempeño en la Sierra y cerró sus lugares de trabajo. Mi desconocimiento de su labor y resultados me impide hacer mayor mención de esta influencia.
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La presencia de algunas Iglesias Evangélicas, con misioneros norteamericanos y otras con misioneros colombianos.
Recuerdo mucho a Roberto y su familia, un norteamericano que vivió en Sarachuí, un hermoso cerro en medio del territorio Kogi cerca del Guatapurí. Con él llegamos a tener un cierto grado de amistas, pues su manera respetuosa de convivir con los Indígena nos llamaba la atención. Sentía que su método testimonial, se parecía al nuestro un poco.
Era amable, vivía allí y ayudaba a la comunidad en todo lo que  estaba a su alcance, sin interferir mucho con los indios y sin que ellos interfirieran en su vida.
En el poblado de Sabanas de Jordán, llamado en lengua Arhuaca, Aruamake, también había una misión Evangélica. El pastor y su esposa atendían su iglesia y una escuela. Nos llamaba la atención que su influencia se veía muy marcada en el aseo especial de las casas, en algunos rasgos del vestido de las indias, casi imperceptible, como el cabello cogido con cintas y en que nosotros también éramos objetivo de sus predicas, pues con alguna frecuencia nos visitaban y no perdían oportunidad de  aleccionarnos en su fe.
Estos misioneros eran una segunda generación pues por allí pasaban grupos de norteamericanos encargados de estudiar la lengua Arhuaca para la traducción del Nuevo Testamento, herramienta que dejaban en manos de sus misioneros locales. Los cuentos y material didáctico que publicaron estos misioneros, fueron referencias importantes y apoyo a nuestro trabajo pedagógico posterior.
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La presencia del Ministerio de Gobierno a través de la oficina de Asuntos Indígenas.
Ya he mencionado que USEMI, llegó a la Sierra con Beatriz Toro como funcionaria de esta oficina. Asuntos indígenas tenía oficinas y funcionarios en Valledupar, Riohacha y Santa Marta, capitales de los departamentos entre los que se dividía la Tierra Indígena, limitada por la “Línea Negra”
Las funciones de estas oficinas eran múltiples y también indeterminadas. Apoyaban a los indígenas en todo aquello que ellos les solicitaban: problemas de tierras con vecinos, pérdidas de ganados, peleas entre vecinos o esposos, enfermedades graves que los hacían acudir a los médicos de la ciudad, atención con brigadas de salud en casos de epidemias o campañas de vacunación, quejas por el mal comportamiento de los blancos que allí trabajábamos y mil razones más que los motivaban a buscar el apoyo foráneo.
Frente a estos problemas era costumbre que el indio afectado buscara” Quien Tuviera El Sombrero Más Grande”, esto quiere decir que iban con su caso de Herodes a Pilatos, buscando un “papel” firmado por cualquier autoridad, nacional, departamental, municipal, de salud, educación, de la iglesia o improvisada, que les diera la razón en sus pretensiones, peticiones o demandas.
Poco o pobre papel tuvo esta oficina en la Sierra Nevada de Santa Marta. Comenzó a prestar un apoyo importante cuando se construyó en las afueras de Valledupar, La Casa Indígena, lugar donde llegaban los indios de la Sierra y encontraban paisanos que los ayudaban y guiaban en las múltiples diligencias de todo tipo que necesitaban hacer en la capital. Allí se hospedaban y se aseaban, allí guardaban sus animales de carga, enceres y mercancías y allí pasaban sus días de recuperación luego de hospitalizaciones frecuentemente necesarias. Allí crearon una cooperativa o abasto que surtía otras que se instauraron en algunos poblados.
Pero definitivamente el Director de la Oficina de Asuntos Indígenas era el enlace con el Ministerio de Gobierno principal estamento gubernamental en cuanto a lo referente a los pueblos indígenas y a él siempre se acudía buscando protección, ayuda o simplemente a presentar sus quejas.
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La presencia de los gobiernos departamentales del Cesar, el Magdalena y la Guajira.
Como se ha mencionada arriba, el estar el territorio indígena situado en estos tres departamentos ocasionaba un caos en una comunidad que tenía gran cohesión y propendía por establecer definitivamente una autoridad Central que se comunicara con el Gobierno Nacional y no con tres departamentos diferentes.
Esta situación administrativa y política era nueva y nosotros tratamos de influenciar a los indígenas dándoles a conocer ejemplos de otras latitudes como las Comarcas Indígenas en Panamá o la teoría de los Distritos Especiales, para que ellos fueran poco a poco creando el ente organizativo que se acomodara a sus circunstancias.
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La presencia de los “caciques políticos
En época electoral, de los tres departamentos y de los municipios cercanos, llegaban quienes estaban emparentados por sangre o compadrazgo con los indígenas y pasaban como “Pedro por su casa”, repartiendo cedulas de ciudadanía e invitaciones a parrandas el día de las elecciones. También ofrecían escuelas, ayudas para arreglar caminos, construcción de acueductos y puestos de salud; nada de eso creían necesitar los indígenas. Pero a la hora de la parranda y el chirrinche con el compadre la cosa se tornaba festiva y el candidato de marras, lograba unos votos más y hacer alarde de ser el líder de la comunidad Indígena que daba un prestigio no fácil de disputar.
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El Turismo.
La influencia de un creciente número de turistas y de grupos hippies que permanentemente visitaban a la comunidad o los picos nevados, fue incrementándose conforme pasaba el tiempo.
El alpinismo incluyó en sus puntos por escalar, los picos nevados de la Sierra. Los indios, insistían en que esas eran tierras sagradas que no deberían ser pisadas por los Bunachu. Allí estaban los cerros y lagunas, padres y madres de todo lo creado. Esos eran lugares de pagamento, de rituales tradicionales. Allí estaba el Valle de Chúndua, lugar de los muertos.
Pero ante la avalancha de turistas y escaladores que pagaban muy bien la guiansa, el alquiler de mulas y bueyes para llevar las cargas y algo de bastimento para la alimentación, y ante la falta de mecanismos efectivamente coercitivos, el turismo continuó y continúa. Nosotros mostrábamos poca simpatía por los turistas, pero dejábamos en manos de la autoridad indígena su aceptación o rechazo. Nunca influimos para que la comunidad instituyera alguna manera de aprovechar económicamente este fenómeno que sabíamos que sería casi imposible de impedir.
Para la época de los 60s y 70s, la influencia del hipismo, el amor a la naturaleza el establecimiento de comunas de citadinos que querían regresar a la vida campesina, se hizo presente en especial por la vertiente norte de la sierra. Algunos de esos grupos más que querer influenciar a los indios, fueron ellos los que quisieron vivir como los indios.
La presencia de los turistas, despertó el interés por las bellas mochilas Arhuacas y así se inició un comercio de estas prendas que cada día toma más fuerza. Creo que esto no permitirá que ésta bella y útil prenda desaparezcan, a pesar de que sus diseños se repiten en imitaciones que se comercializan como autenticas en toda Colombia. Tampoco me parece malo que gracias a esto reciban los indios ingresos económicos que les puedan ayudar a elevar su nivel de vida. De alguna manera USEMI, con la publicación de mi Investigación TUTU – ARTE ARHUACO contribuyó a este fenómeno comercial y cultural.
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La presencia de USEMI inicialmente en Donachuí y más tarde en Senimi, en Maruamake, Avingue y por último en toda la Sierra por medio de un equipo volante que asesoraba e impulsaba proyectos globales que contaban con el aval del Cabildo Gobernador de los Arhuacos y de las autoridades de los otros grupos indígenas locales.
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A mediados de los 70s, hicieron presencia también los estudiantes de Antropología de las Universidades de Medellín y Bogotá, y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, que animados por nosotros, comenzaron unos a llegar en sus vacaciones en un programa llamado Campamentos Universitarios; movimiento nacido en la ciudad de Medellín y más tarde iniciaron un trabajo de investigación con equipos permanentes en la Sierra, patrocinado por el Instituto de Antropología e Historia.
No es posible desligar la llegada de Estudiantes a convivir con los indígenas, a investigar sus culturas y a apoyar sus movimientos reivindicatorios, del ambiente mundial en que la juventud se movía, especialmente desde mayo del 68.
 La ciencias sociales eran protagonistas en todo ese movimiento, el cambio que estaba dándola izquierda Colombiana y sus alianzas con los grupos hasta ese entonces llamados de bandoleros. El movimiento de los curas obreros de Europa, también estaba conmoviendo las conciencias de la juventud inconforme y el sindicalismo tomaba nuevos aires al contestar con fuerza las políticas “desarrollistas”, el mercado internacional basado en las ventas de materias primas y la compra de bienes elaborados, que cada vez sumía más a América Latina en una situación de subdesarrollo sin salida.
A ejemplo de Cuba, Argentina y Chile que pugnaban con movimientos abiertamente combativos, por gobiernos socialistas, en Colombia comienzan a gestarse grupos urbanos simpatizantes de las Guerrillas de diferentes orientaciones, entre ellos algunos manifestando mayor simpatía por las reivindicaciones indígenas y otros queriendo iniciar una lucha urbana y no solo campesina.
Como asesores de las autoridades indígenas nos tocó vivir y mediatizar ese universo de presiones que por temporadas u ocasionalmente llegaba a la comunidad indígena.
De la Iglesia, también llegan fuerzas que se alían con la izquierda revolucionaria y ese caldo de ideologías, de opciones, de estrategias y sobretodo de discursos, hace que muchos jóvenes de manera muy improvisada y con más audacia que reflexión quieren optar por los pobres, por los campesinos y por los indios.
Así es como yo vi y sentí la llegada de jóvenes estudiantes a la Sierra. Pocos de ellos quedaron con programas de trabajo visibles en medio de la comunidad. Tal vez muchos de ellos regresaron a su posición “burguesa” luego del natural desencanto frente a una lucha que llevaba años y que duraría muchos más. Y no pueda dejar de pensar que tal vez otros pasaron a las filas de grupos armados al considerar esta última opción como lógica frente a las circunstancias que estaban viviendo y a su manera de analizarlas. El ejemplo de El Cura Camilo Torres, el Cura Domingo Laín y otros, tenía una romántica seducción semejante a la figura iconográfica y mítica que ya para ese entonces se tenía del Che Guevara.
Los estudiantes de ciencias sociales eran los abanderados de las protestas y huelgas estudiantiles de aquellos años de generalizada inconformidad y a ellos enfrentó el “Estatuto de Seguridad” implantado en el gobierno del Presidente Turbay.
Muchos de los estudiantes que de alguna manera contactaron con los indígenas por influencia nuestra, se vieron envueltos en problemas legales y judiciales en aquella convulsionada época y de alguna manera esa realidad nos identificaba con ellos, acrecentando esa imagen no muy definida y segura que mucha gente veía desde siempre en Usemi.
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Tras los anteriores llegaron grupos políticos de izquierda, quienes tenían un camino iniciado por la izquierda de los 40s y la época de las Bananeras del Magdalena. Empezaba a surgir el MOIR, el M19 y todos querían tener un brazo campesino, un brazo indígena, con a sin la ANUC, otro en el movimiento obrero sindical, querían el apoyo de la iglesia Católica, querían tener sus representantes políticos en la escena pero también su frente armado, pues ya aquello de la Combinación de Distintas Fuerzas de Lucha, comenzaba a preconizarse.
Usemi en su andar y actuar, que de alguna manera marcaba vanguardia en la forma de enfrentar “La Cuestión Indígena” dialogó, enfrentó, indagó y auscultó diferentes pensamientos, ideologías y programas y entre los que contactó, faltaron muy pocos de los que tuvieron preponderancia o participación en la escena social política de los 70s y 80s. Esto Acentuaba más las dudas, las desconfianzas y los temores que la iglesia jerárquica, algunos políticos y sectores de la sociedad, tenían con respecto a USEMI.
Consecuentemente se sufrió al interior del Movimiento un sojuzgamiento, un rechazo, dificultades en la consecución de apoyos ayudas y respaldo económico.
No puedo dejar de mencionar nuestra continua reflexión sobre el efecto que en la cultura indígena y en su vida diaria, tenía la intervención de tantas fuerzas, disimiles, contradictorias, enfrentadas. La realidad de aquellos años era a veces, tan lejanas a la concepción romántica que en mayor a menor medida nos acercó al mundo indígena, que fue la del “Buen Salvaje”.
¿Eran las culturas indígenas un valor tan puro y tan preciado, que todo aquello no haría más que mancillarla y dañarla irremediablemente?
Nos creímos muchas veces en el deber de defender aquel patrimonio, para preservarlo para los mismos indios y para nuestro orgullo y disfrute. Afortunadamente fue más fuerte el imperativo de conocerlo y así saber qué era aquello tan puro que queríamos preservar.
El avance de nuestro estudio nos demostró que término puro, no podía aplicar a un ente cambiante y vivo como es la cultura. Pero definitivamente era muy valioso, tal vez más de lo que alcanzábamos a percibir y para nuestro consuelo, pudimos tomar conciencia de que no éramos nosotros los encargados de cuidar y preservar las culturas indígenas.
Aprendimos y no terminamos aun de sorprendernos de la gran capacidad que tienen los indios de la Sierra Nevada de captar mil y una influencias externas, reelaborarlas, digerirlas, reinterpretarlas y Arhuaquizarlas haciéndolas suyas o ignorarlas a su conveniencia.
El asunto es muy sencillo para los Arhuacos, todo está creado desde el principio por la Madre, nada es nuevo, son circunstancias, enfermedades, problemas que hay que arreglar, “Componiendo de nuevo el orden natural” para que todos Hermanos Mayores y Hermanos Menores podamos vivir en paz.
Todo la habido y por haber tiene su existencia en “Aluna”, así que no hay por qué alarmarnos, sorprendernos o inquietarnos, solo “Hay que componer, arreglar, meditar e integrar”
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El Narcotráfico
En la misma época  conocimos la noticia de los primeros sembrados de marihuana de la Sierra Nevada y nos sorprendimos cuando uno de los indígenas más “vivo”, nos dijo: “Para qué sembrar café, sí un poquito así de marihuana, - dijo simulando un puñado; vale más que un quintal de café”.
Escuché esta expresión de boca de uno de los líderes Kogi del poblado Maruamake en 1977. Luego de años de intentar influenciar la economía indígena con prácticas y teorías más cercanas a su misma cultura como lo son el cooperativismo, el bien común. Luego de tratar de influenciar el intercambia comercial, con valores morales sacados de la misma tradición indígena y de nuestro valores Cristianos; luego de haber querido testimoniar valores diferentes, como la solidaridad. La expresión de éste indio me dio un terrible mazazo en la cabeza y me convenció que era otra época, otro enemigo al que había que enfrentar con diferentes estrategias a las que hasta ese momento habíamos utilizado.
El dinero, ‘el estiércol del diablo’, había llegado de una forma contundente con su poder de corrupción y mi fe en la capacidad de la organización indígena para poner límites a su influencia, se vio seriamente cuestionada.
El contundente pragmatismo con el que ese indio, me dijo que lo que durante más de 10 años yo había intentado, que era ayudar a un proyecto comunitario de desarrollo cultural, de respeto al trabajo, de escalar nuevos niveles de vida que garantizaran, salud, educación, dignidad, respeto a la diferencia, solidaridad, que diera sentido y fuera coherente con mi confesión cristiana, se derrumbaba ante el poder de corrupción que tenían el narcotráfico, me dejó abrumado y desesperanzado.
Somos, los colombianos, una sociedad fácilmente corruptible y a eso se debe la situación que hoy vivimos.
Tras la Marihuana y luego de la coca presente en la cultura indígena desde tiempos míticos, llegó el narcotráfico, los paramilitares y la guerrilla; y de eso no voy a hablar por dos razones:
La primera porque no me siento conocedor del tema y la segunda porque ya estoy cansado de ver la historia, el arte, el cine, la literatura, la música y en últimas, nuestra cultura nacional tan llena de coca, marihuana, traquetismo, matanzas, corrupción, que no seré yo quien le dedique un minuto más de tiempo o un gramo más de energía a hablar de algo que hay que combatir, con herramientas más contundentes y eficaces, que al hacerlo no se tornen en su propia apología.
El anterior es el menú de elementos en el que se cocinó la realidad indígena de la Sierra Nevada en los últimos cincuenta años. En ese marco intento dar mi mirada a cada uno de esos elementos del menú y compartirles la visión que tengo del papel jugado por La Unión de Seglares Misioneros, USEMI, en medio de las comunidades indígenas de allí.
No podré avanzar en este relato, si antes no indico que cada uno de estos elementos nuevos, que íbamos llegando a la comunidad indígena, veníamos cargados de nuestros propios intereses, nuestra ideología que poco a poco, pese al fuerte control cultural, iba permeando la cultura y la sociedad indígena, haciendo meya en ella una veces de manera controlada por ellos y otras no tanto. Quedará para futuros investigadores, averiguar los verdaderos efectos de la Aruhaquización
Veníamos con herramientas propias y poderosas: La escuela, el Internado, la lectura y  escritura de un idioma nuevo, la imposición de una ley hecha desde la capital y en la cual poco o nada había intervenido ellos. La radio, que con la llegada del transistor y del comercio facilitaba su adquisición y abría las puertas a una influencia difícil de controlar. Las campañas electorales que veían en la población indígena un buen número de votantes fáciles de sumar a las candidaturas más perniciosas, con la sola invitación a una Parranda Vallenata y la depositada de un papelito en una urna.
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Beatriz y la oficina de asuntos indígenas.
Usemi  inició su presencia en la Sierra Nevada con Beatriz Toro, quien fue la pionera del trabajo en medio de esas comunidades y su alma durante todo el tiempo que la El Movimiento hizo presencia allí.
Inicialmente Beatriz fue funcionaria del Ministerio de Gobierno en la Jefatura de Asuntos Indígenas en Valledupar. Esto permitió a Beatriz y a Usemi por su intermedio, tener un estrecho contacto con las autoridades indígenas de toda la Sierra, conocer su problemática general y su manera de afrontar los problemas.
El enfoque laico, de este primer contacto fue determinante, a mi modo de ver, para que  el carácter del trabajo de USEMI en la Sierra, se independizara de la directa influencia clerical que tenía en otras regiones y se enrutara por caminos que le permitieran realizar su vocación cual era de dar a la evangelización un aporte laico autónomo. Esto era lo que Usemi misma había acordado en su más reciente Asamblea General, y que había causado una escisión del Movimiento.
Funcionaria del Ministerio de Gobierno, con alma y propósito de misionera, dueña de una aguda inteligencia aplicada al conocimiento de las culturas Indígenas, de una gran austeridad, increíble capacidad física en un cuerpo de aparente  fragilidad extrema, disciplinada y paciente; Beatriz, acompañada de Dionisia Alfaro, mujer líder de la comunidad Arhuaca, recorrió gran parte de la Sierra Nevada, escuchó sus problemas y necesidades e inició el diseño de un plan de acción para el desarrollo de la futura labor misionera de USEMI entre los Indígenas de la Sierra.
Durante esta primera época Beatriz y por intermedio de ella USEMI, conoció y logró la aceptación de las comunidades Indígenas; pero las autoridades indígenas pusieron a su lado a Dionisia Alfaro, quien se convirtió en su permanente compañía, no la dejaba sola ni a sol ni a sombra, y gracias a ese estrecho contacto, la comunidad pudo conocer las verdaderas intenciones de Usemi y poco a poco depositaron en ella una gran confianza, la cual tratamos de merecer todos los que la acompañamos posteriormente en el trabajo misionero.
No era fácil de reducir a un esquema convencional, la figura de Beatriz y de USEMI:
-      Funcionarios del Gobierno…
-      Misioneros Católicos…
-      Misioneros seglares…
-      No explícitamente evangelizadores…
-      Con fuerte preocupación por la educación, la salud, la propiedad de la tierra para los indígenas,
-      Luchadores por el respeto a la cultura indígena, más que por la salvación de las almas de los gentiles…
-      Ansiosos de entrar en contacto con toda persona a grupo que se interesaba por “La cuestión indígena.”
-      Estudiosos de las sagradas escrituras, los documentos más importantes de la iglesia a partir del Concilio Vaticano II.
-      Estudiosos de las teorías y aportes más vanguardistas, como la Teología de la Liberación, la Doctrina Social y de la Iglesia, las propuestas políticas de diferentes movimientos nacionales y latinoamericanos, etc.
Todo esto sembró un manto de duda entre los demás actores extraños en el mundo de los Indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. USEMI, las Señoritas, las Misioneras, nombres con los que se referían a nosotros, no era un grupo fácil de catalogar, o etiquetar y por tal motivo su ejecutorias lo mismo que sus planes y programas eran vistos con gran cautela, preocupación y desconfianza; por parte de los otros grupos que directa o indirectamente influenciaban a los indígenas, queriéndoles ayudar o queriéndose aprovechar de ellos.
Son los años 60s, la Iglesia católica se estremece desde dentro, bajo los postulados del Concilia Vaticano II y el protagonismo del episcopado latinoamericano en su opción vacilante por los pobres y entre ellos, por aquellos los más americanos de los pobres: los Indígenas. Nos nueve una esperanza de autenticidad, de encontrar a Cristo presente en las culturas Latinoamericanas, de poder celebrarlo con un nuevo ritual, extraído de los ancestrales ritos indígenas, a los que en compañía de ellos, pidiéramos reinterpretar para celebrar el misterio de la redención cristiana, no con un ritual greco-romano que después de siglos de practicarlo, seguíamos encontrando ajeno, extraño e incomprensible.
Hacer misión Cristiana y Católica, sin que implique la transculturación vivida hasta entonces, donde conocer a Cristo necesariamente significaba renunciar al desarrollo cultural de los grupos Indígenas, era lo que animaba nuestro entusiasmo. Estos nuevos caminos se dibujaban en las ponencias del Encuentro de Iquitos y en la Reunión de Melgar, en los mensajes del la Comisión de Misiones del CELAM, que eran textos de nuestro constante estudio.
El mandato misionero: “Id y predicar a los pueblos….” Comenzamos a querer leerlo: Id y descubrir con todos los pueblos…
USEMI es reflejo de las inquietudes de su fundador; trata de encontrar el papel de los laicos en la Iglesia misionera y por eso se aleja de la directa orientación del “Hermano Gerardo” siéndole fiel en la constante búsqueda y la necesidad del testimonio Cristiano desde nuestra condición de seglares.
En aquellos años vi el debatirse de dos grupos en los que se escindió USEMI. Por un lado aquellas que sentían la necesidad de una estrecha relación con la jerarquía y veían con mucha inquietud y desconfianza, la audacia de quienes se abrieron a un laicado autónomo. Y de otro lado aquellas que sin haberse desprendido  de una tutoría personal con el fundador, sentían que era su deber aportar un testimonio cristiano, laico y comprometido con las realidades latinoamericanas.
Debo ser sincero y declarar que en ese momento no me interesaba mucho el análisis de esa situación y que a la larga eran más las coincidencias de los dos grupos que las diferencias; pero que de alguna manera la madurez del Movimiento no fue tal que permitiera su fértil inserción en esa sociedad de los 70s y 80s y ha devenido en languidez y en encomiables esfuerzos personales que perdieron la fuerza que una vez manifestaron como movimiento misionero de un laicado autónomo.
Además de los documentos de la Iglesia, se convirtieron en tema permanente de estudio, personal, grupal e institucional, las ciencias sociales: la antropología, la sociología, la lingüística, la pedagogía, la economía y la política.
Además de mirar y participar en el qué hacer de los Institutos del CELAM, nos volcamos a la universidad, al INCORA, el Ministerio de Educación, a los nacientes grupos políticos  contestatarios nacidos en los años 60s.
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Misioneros de buena voluntad, intervenciones paternalistas, balbuceos, errores y cambio. 
Usemi llega a la Sierra Nevada con la experiencia de su infancia misionera en las comunidades de las barriadas de Buenaventura, con las comunidades de negros e indios Cholos del Rio San Juan, en las comunidades Cubeo del Vaupés, con campesinos del Casanare, pobladores de las barriadas de Barquisimeto Venezuela y con obreros negros e indígenas de las zonas bananeras de Panamá.
Tenía una conciencia no muy clara de lo que no debía hacerse y menos clara aun, de lo que debía hacerse, pero lo importante era que tenía un gran empeño en aclarar todo aquello, unido a una razonable prudencia a fin de evitar los errores del reciente pasado. (X)
Los documentos de la iglesia a que ya he aludido, nos forzaron a aplazar el deseo de predicar y sustituirlo por el ardiente deseo de investigar, conocer y comprender la cultura en medio de la cual vivíamos. Conocer y sistematizar su lengua, con el fin de preservarla y de poder llegar efectivamente a comunicarnos con ellos y entender su filosofía. Escudriñar su historia, a través de anteriores investigadores  y el permanente diálogo con los Mamos y las autoridades Indígenas. Desprejuiciarnos frente a sus rituales, conocerlos, entenderlos y ayudar a su reinterpretación de una manera liberadora que involucrara no al individuo sino a la comunidad.
No sé si el encontrar unas comunidades indígenas bellas y “decorosamente” vestidas o la conciencia del respeto a la cultura, fue lo que impidió que USEMI, se dedicara allí a llevar ropita vieja de las ciudades, para vestir a los “pobrecitos Indígenas”, como lo había hecho en los anteriores sitios de Misión.
La permanente convivencia, la previa capacitación de algunos de los miembros de los equipos en pedagogía y enfermería, la demanda de los mismos indígenas y ver en el oficio una posibilidad económica de sobrevivencia, llevó a los equipos misioneros de USEMI a integrarse básicamente, con una enfermera y una maestra y a crear una escuela y un centro de salud.
Estas dos instituciones que a través de la Diócesis de Valledupar o directamente de las respectivas Secretarias Departamentales, atendimos durante largos años; eran de gran aceptación por parte de los Indígenas.
El haber conocido previamente la crítica justificada que los indígenas hacían a la educación impartida por los Capuchinos, nos indujo a buscar nuevos caminos para dar un aporte más acorde a la necesidad sentida por los indígenas y no nacida de un concepto generalizado y prejuiciado de ignorancia y salvajismos supuestos.
En la escuela veían la manera ideal de capacitar a “algunos” miembros de su comunidad en el manejo de instrumentos esenciales para defenderse de las comunidades blancas y mestizas de la periferia de su territorio: La lengua Castellana hablada y escrita para las relaciones con las autoridades del estado y el manejo de la matemática para poder hacer negocios con los blancos con un mayor margen de éxito
La larga presencia del blanco trajo a la comunidad Indígena enfermedades y epidemias que la medicina tradicional no manejaba, es por esto que un puesto de salud era de vital importancia, y la enfermera, o el médico occidental era bienvenido.
Muestra mentalidad prejuiciada, que querámoslo o no, nos traicionaba, a cada rato nos hacía sentir que debíamos y podíamos interferir en todo. En técnicas agrícolas, en acuerdos frente a conflictos familiares y grupales, en conflictos con los comerciantes y los políticos y hasta en la mejor manera de construir sus casas.
Nuestro estudio de la antropología y el cada vez más acertado conocimiento de su cultura nos hicieron descubrir que debíamos ser más humildes, más estudiosos y observadores.
Constatamos que la escolaridad poco a poco y de tiempo atrás, había ido quebrando la unidad de la comunidad.
Un gran número de familias que habían recibido la influencia de la escuela occidental, inicialmente en el (Orfelinato) Internado de San Sebastián de Rábago y más tarde en la diseminación del sistema nacional de escuelas rurales, manifestaban en diferentes grados y tal vez con diferentes estrategias y propósitos una separación de las autoridades tradicionales.
Descubrimos que debíamos vincular más fuertemente y de manera institucional a las autoridades Indígenas con el qué hacer de la escuela.
El concepto de salud que intuíamos subyacente en la cultura indígena, no como un fenómeno individual que afectaba a la persona enferma, sino como un fenómeno social que afectaba a la familia y a la comunidad, nos hizo comprender la necesidad de unir nuestro trabajo en la enfermería, con el trabajo del Mamo en la Kankurua y con un mayor acercamiento a una psicología social que en el futuro nos hiciera entender las causas, consecuencias y modos de abordar el trabajo en pro de la salud.
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El respaldo a las autoridades indígenas.
La Comunidad de Donachuí, donde se instaló el primer equipo de trabajo de USEMI, luego de la primera experiencia de Beatriz Toro como funcionaria de la Oficina de Asuntos Indígena; era una comunidad nueva, conformada en su gran mayoría por familias disidentes o que rechazaban la influencia de las acciones misioneras de los Padres Capuchinos residentes en San Sebastián de Rábago y geográficamente estaba el extremo noreste del territorio Arhuaco en limites con el territorio Kogi. Muchos de ellos habían pasado su niñez en el Orfelinato de San Sebastián o simplemente habían migrado a esa región entre otras razones para alejarse un poco de la influencia de los capuchinos.
Hubo circunstancias que favorecieron una buena acogida por parte de la comunidad. Para los Indígenas no era tampoco muy claro el carácter de de nuestra actividad; nos sentían muy cercanos al gobierno, lo que les daba gran seguridad para la defensa de su tierra y frente al algunos abusos de los comerciantes mestizos.
El hecho de que fuéramos misioneros, pero no evangelizadores y no ejerciéramos una escuela obligatoria para todos; los tranquilizaba y utilizaban nuestros servicios solo cuando verdaderamente los querían.
Fuimos instrumentos en las manos de ellos, para aportarles aquello que la Comunidad determinaba como importante y necesario a sus intereses. Todo aquello que consideramos útil para ellos lo ofrecimos, no lo impusimos.
Tratamos de que esa aparente incondicional generosidad nuestra, no fuera utilizada de manera negativa por grupos internos a la comunidad  y menos por grupos externos y corrimos con la gran suerte de que los requerimientos de la comunidad nunca chocaron con nuestros principios morales, ni con el respeto a la ley, ni con nuestro concepto de liberación o salvación siendo “fermento en la masa”.
La casa en que vivíamos nos la prestaron ellos y cualquier modificación que le hicimos, luego del primer incidente ya relatado, siempre contó con la autorización de las autoridades tradicionales. Esto les dio la seguridad que estábamos allí y solo hasta que ellos lo decidieran. Las modificaciones que le hicimos, más que comodidad ostentosa, buscaban liberar tiempo para dedicarlo al trabajo por y con la comunidad.
Para que nuestro trabajo en la escuela y en la enfermería tuviera más trascendencia, no fuera un fenómeno perturbador no controlado por ellos y pudiera permanecer en el tiempo ojalá en manos indígenas y no de las nuestras, estrechamos nuestros contactos y charlas con los Mamos, las autoridades y la comunidad en general.
El Comisario, indígena, autoridad “civil” del poblado tuvo cabida en la escuela para manejar directamente la disciplina, el calendario, las actividades y los contenidos y por medio de él toda la comunidad se enteraba y participaba de los proyectos de la escuela.
No insistimos más en la reunión mensual de los padres de familia; los asuntos de la escuela comenzaron a ser tema de las reuniones que tradicionalmente celebraba la comunidad previa convocatoria del Comisario o por los demás mecanismos culturales existentes.
Ser estudiante de la Escuela era un encargo que la comunidad daba a algunos de los jóvenes y eran los jóvenes quienes debían responder a la comunidad sobre su disciplina en el estudio y sobre los logros obtenidos. Dejamos de ser prefectos y autoridad y no volvimos a competir en esto con las legítimas autoridades tradicionales. Imponer a la fuerza la ley que decía que la educación primaria era obligatoria para todos los menores, lo entendíamos como:” La educación primaria debe estar disponible para todos y la comunidad organizada está en su derecho de organizar la manera de recibir este servicio”, así que no buscamos obligar a nadie a enviar sus hijos a la escuela.
La huerta escolar, tomó gran importancia, pues nos servía como un recreo, momento de ejercicio físico o cambio de actividad, ya que los mayores no aceptaban el juego o deporte como actividad propia de los niños indígenas. La huerta fue un ensayo con el cual queríamos introducir una mayor variedad de hortalizas en su dieta, y más tarde también nos sirvió para introducir nuevas variedades de café y cítricos aunque muy a pequeña escala. Las rutinas que exigía el manejo de una huerta casera, presentaban un contraste muy marcado con las rutinas de sus sembrados tradicionales y eso dificultó cualquier éxito que pudiéramos atribuirnos al respecto.
La hora diaria del baño en la quebrada, se incorporó de manera institucional, no como estrategia de higiene, pues el aseo personal entre los Arhuacos era cuidadoso, sino como recreo y actividad de ejercicio físico y momento de socialización libre entre los niños.
Exploramos en las particulares necesidades de aprestamiento para las actividades escolares occidentales, en especial, la matemática, y la lecto-escritura y publicamos una cartilla de ejercicios en los cuales nos apoyamos a un buen nivel, en el conocimiento de los trabajos tradicionales propios de niños y niñas que nos permitieran entrenarlos para acometer el manejo del cálculo, la lectura, la escritura, la estructura del tablero y el cuaderno y las demás representaciones gráficas como mapas, planos, maquetas y de las herramientas, como el lápiz que utilizamos los occidentales en nuestro sistema de comunicación.
La visita a los Mamos en la  Kankurua y de ellos a la escuela, fue parte del trabajo escolar con el fin de mantener esa unión y vigilancia de los mayores sobre nuestro qué hacer y sobre los logros de los niños y jóvenes. Era el momento de “aconsejar” los mayores a los menores, mantener los esquemas jerárquicos, las normas de respeto y transmisión de la educación y la cultura.
Alumnos de la escuela de Donachuí 1973, apox.
No podíamos luchar contra la llegada de los transistores y la influencia de la música nacional y en especial del Vallenato, tan vecino a ellos; pero dimos la mayor preponderancia a la música ceremonial autóctona y algunos mayores les enseñaron la fabricación de Kuizhi, (gaitas) con mescla de materiales autóctonos y de la industria nacional.
La expresión gráfica, el dibujo, el tejido, el hilado, la extracción de fibras de maguey, para diferentes usos, formó parte de la temática, no tanto como aprendizaje, sino como elemento concientizador de valores propios que deber conservarse y desarrollarse.
Allí fundamos un inicial estudio de la mecánica, como era el uso de la carrumba para el hilado de las fibras de maguey, lana y algodón, creíamos que si los niños hacían el camino de descubrir las máquinas, la rueda, sus diferentes aplicaciones, podrían recibir los beneficios de la era moderna sin que eso significara una dependencia de aparatos mágicos que no podían dominar, reparar y mucho menos desarrollar otros a partir de ellos.
Huerta escolar de Donachuí
En nuestro esfuerzo por desarrollar un trabajo que involucrara la actividad escolar con los trabajos de integración de las diferentes comunidades o poblados Arhuacos, comenzamos a buscar que las habilidades de lectura y escritura de los jóvenes, comenzaran a servir a los mayores. Motivamos que entre diferentes autoridades, en la redacción de documentos y actas, se utilizara a los jóvenes.
Aprovechábamos diferentes ocasiones, como viajes o acontecimientos especiales, para que se enviaran cartas de unos a otros, pues no queríamos que la habilidad de leer y escribir se perdiera por falta de uso.
Creamos el periódico escolar, que en la clase de lectura y escritura, redactaban, imprimían e ilustraban los alumnos. Este periódico llegó a intercambiarse con alumnos de colegios de Bogotá y Medellín y siempre incluía artículos bilingües, con el fin de ayudar a la preservación de la lengua nativa por medio del uso frecuente de ese medio de comunicación. Además esto nos servía para influenciar un poco a los niños de las ciudades con el aprecio y comunicación con los niños indígenas.                           
Las escuelas de los poblados indígenas de la Sierra, debían manejar los cinco o seis grados de la educación primaria colombiana. La demografía difícilmente permitía un número total de alumnos superior a treinta y la economía imponía un solo maestro a lo sumo dos. Esto nos obligó a diseñar una pedagogía basada en estas premisas:

                   
Escuela de Maruamake 1976 aprox
“Escuela única, con aula única, con un único maestro, que debe atender simultáneamente los diferentes niveles de educación” con ayudas didácticas y textos comunitarios al servicio de todos.
Allí nuestra creatividad encontró recursos acordes a los objetivos comunitarios. De manera espontánea o no muy programada, la comunidad y especialmente los mayores fueron maestros. Los acontecimientos sociales más relevantes, fueron lugares pedagógicos para entender las relaciones culturales e interculturales, sociales y políticas. Iniciamos procesos d autodidaxia, con el apoyo de un pensum expresado en fichas al alcance de todos los alumnos, las cuales podían y debían consultar. Estas fichas les iban marcando su avance gradual, ya que no podían desarrollar una si habían dejado vacíos en la anterior.
Conscientes de la necesidad que los alumnos tenían de participar en las labores familiares, las tareas para realizar en casa y presentar al día siguiente, desaparecieron.
La clase como unidad básica de la estructura didáctica tenía tres momentos: en el primero, el maestro se dirigía a la totalidad de los alumnos abordando el eje temático de la clase, luego proponía trabajos en grupos, donde el apoyo de unos alumnos a otros era el propósito y finalmente había trabajos individuales que atendía las necesidades particulares y medía los avances. De los diferentes ejes temáticos se desprendían las diferentes asignaturas o ciencias sobre las que concretamente se iba a trabajar.
Se prescindió totalmente de la calificación y de la explicitación de la promoción a grados superiores. El ausentismo ocasional dejó de ser un problema ya que el sistema permitía al alumno que se incorporaba, retomar los temas donde los había dejado y avanzar a su ritmo utilizando las fichas; el maestro se convirtió en un apoyo al proceso individual y grupal de aprendizaje y la comunidad en el motor y motivador de dicho proceso; los alumnos más avanzados espontáneamente comenzaron a ser maestros en aquellos temas que mejor manejaban y de esa manera unos eran expertos en algunos temas y los otros  en otros, pero todos colaboraban en el avance general e individual.
Como maestros nos vimos en muchas ocasiones sorprendidos por alumnos, que sin que nosotros fuéramos conscientes, había alcanzado logros especiales y esto se daba al estar inmersos en un ambiente motivador donde el apoyo de unos a otros era algo que se estimulaba. Como ejemplo de lo anterior, muchas veces encontrábamos a alumnos que leían perfectamente sin que como maestros supiéramos cuando habían dominado el: “bra, pla, ple,” ó el uso de las mayúsculas al inicio de cada frase y después del punto.
En las campañas de salud, como vacunaciones que hicimos; el Mamo fue protagonista, luego de un trabajo de reinterpretación y asimilación de la vacuna, a los trabajos, pagamentos, seguranzas y convocatorias rituales. Esto dio muy buenos resultados, pues pudimos conocer más la medicina tradicional indígena y su manera de operar y ellos pudieron conocer más la medicina y farmacología occidental. Comenzamos a entender y manejar cada vez mejor su concepto de salud y a saber en qué campos era que nos requerían y en cuál éramos eficaces.
Nuestra costumbre de regalar los medicamentos que conseguíamos después de extenuantes labores limosneras, que desarrollaban los equipos de Medellín y Bogotá, cesó por convencimiento de que era mejor enseñar a pesar que regalar el pescado; pero el golpe final llegó para mí cuando un indio me mostró el medicamento que le había recetado a su hijo un médico de Valledupar y que él había comprado allí, a un precio infinitamente superior al que nosotros, en la enfermería del poblado, le hubiéramos cobrado. El indio, utilizando una lógica contundente y generalizada en el país, se justificó diciéndome: - Este remedio por eso es mejor, porque es más caro.
Poco a poco fuimos concientizándonos, de que les regalábamos, por que los considerábamos inferiores, pobre, inválidos, incapaces, menores de edad y nada de eso era respetuoso de nuestra parte para con ellos. La solidaridad, el compartir, la ayuda verdaderamente cristiana era algo diferente al sistema paternalista de sometimiento: como yo te doy te puedo exigir, te puedo dominar.
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Actividades tendientes al crecimiento de USEMI como organización.
Para ese entonces Usemi, tenía en las ciudades un campo de acción con estrategias heredadas de su origen clerical, cual era el de buscar vocaciones laicas que se quisieran realizarse en la “evangelización” de las comunidades Indígenas llevándoles la luz del evangelio, la gracia de los sacramentos y la dirección infalible del Papa. Esta tarea nunca fácil, era en ese momento de transición de UFEMI a USEMI particularmente difícil.
Las misioneras anteriores llegaron por la invitación de un Obispo, que ya no existía, Monseñor Gerardo Valencia, había muerto en un accidente aéreo y los Obispos que acogían a Usemi, se sentían más encartados que ayudados por este grupo de laicos díscolos y difíciles de manejar. También llegaron misioneras invitadas por simpatizantes del Movimiento que eran sus compañeras de trabajo en oficinas e instituciones de las ciudades.
Al interior se sentía la necesidad de buscar “más operarios para la viña del Señor”. Esta tarea la hacían los equipos de Bogotá y de Medellín, bajo la dirección del Equipo Coordinador y en especial de La Coordinadora General.
Los nuevos miembros tenían una etapa de acercamiento a las labores en cuidad y luego podían participar en el trabajo misionero por cortas temporadas. Este período terminaba con la consagración de la candidata, pues nunca se consagro un hombre. La consagración era una ceremonia religiosa muy parecida a la consagración ordenación religiosa.
La similitud con la vida religiosa no podía ser mayor; no se quería ser religioso, pero no existía un modelo claro de vida laica dedicada a la actividad de ayuda a los demás, iluminada por la fe. No era claro el papel de los laicos en la iglesia y la búsqueda de ese papel autónomo fue parte de lo que ocasionó la división entre UFEMI Y USEMI.
Ya en los 70s también participaba en la búsqueda de nuevos miembros, los integrantes del equipo Asesor y Coordinador, que había reemplazado al anterior esquema de Coordinación, por lo menos de nombre. Algunas estrategias que se utilizaron, fueron:
El costurero de Medellín.
Allí mientras se confeccionaba ropa para los pobres, también se oraba y se hacían actividades de difusión de los objetivos de la Asociación. Para la época no podría dejarse de pensar en que había una distancia de los requerimientos de un misionero de los 50s y un misionero de la época postconciliar.
Antes; ser piadoso, conocedor de la doctrina de la iglesia y tener un espíritu de entrega para ayudar en tareas de evangelización, catequesis y en la  preparación para recibir el bautismo y los demás sacramentos, era suficiente para aspirar a la vida misionera.
Luego hubo de incrementar estos valores con una preparación en oficios prácticos como los de enfermeras, maestras, o mejoradoras de hogar, cooperativismo, era ya un plus importante, pues se trataba de aportar a una comunidad, de darles, de llevarles algo que no tenían y que nosotros creíamos que necesitaban.
Los misioneros seglares se ubicaban jerárquicamente como ayudantes de los religiosos o sacerdotes consagrados u ordenados. Al sentir del grupo de USEMI; era necesaria una fundamentación grande en teología y en el estudio e interpretación de los grandes documentos de la iglesia, que impulsara un qué hacer laico iluminado por la fe. Pero también era necesario el estudio de la realidad social, política y económica efectuado en compañía de la comunidad en la cual habíamos decidido intervenir, con el fin de “buscar con ellos la liberación” de las limitantes e injusticias que nos impedían una realización humana y sobretodo Cristiana.
Esta certidumbre nos hizo necesario aplicarnos al estudio de la Teología de la Liberación, que comenzaba a revolucionar el papel de los católicos en la sociedad occidental; al estudio de la antropología, en especial de las técnicas de investigación antropológicas, con las cuales poder sistematizar el conocimiento que íbamos obteniendo de las culturas indígenas en las cuales trabajábamos; de la pedagogía con el fin de poder devolver a la misma comunidad de manera pedagógica, dicho conocimiento, con la intención de que en ese ejercicio se daría la concienciación, por medio del cual era la misma comunidad la protagonista y orientadora de su propio proceso de transformación y liberación.
“La Pedagogía de los Oprimidos” difundida por el Brasilero, Paulo Freile era en esos días de búsqueda, una luz en el camino.
Así las cosas no era fácil realizar un trabajo de búsqueda de vocaciones, pues USEMI estaba construyendo o reconstruyendo la imagen que de sí misma quería tener, estaba buscando un lugar como actor autónomo en medio de la labor pastoral de la iglesia y si eso no estaba aun claro, no era el momento de invitar a otros. A mi modo de ver esta realidad marcó el poco incremento numérico que en esos años y en los subsiguientes, tuvo el Movimiento USEMI.
 Las visitas a Colegios.
Algunos de nosotros por cortos períodos, nos dedicamos a visitar colegios con el fin de comunicar nuestra experiencia misionera como seglares, con la esperanza de motivar a los jóvenes a imitarnos; reconozco que mi intención, cuando lo hice, era compartir el descubrimiento que estaba haciendo de las valiosas culturas indígenas colombianas. Creo que si no encontramos muchos que nos quisieran imitar y que en ese momento se hubieran unido a nuestro movimiento, si logramos cambiar en algo la mala y prejuiciada imagen que los estudiantes citadinos,  tenían del indio, creando con esto, ambientes más propicios a futuros diálogos, a la tolerancia y al respeto.
Si eso no es del todo cierto, me gusta pensar que en el espacio que hoy día han ganado los indígenas en la vida nacional, algo debió de influir nuestra actividad de aquellas épocas.
Campamentos Universitarios.
Las relaciones familiares y de amistad de Astrid Yarce, en su momento, miembro del Equipo Coordinador, facilitó el entrar en contacto con este movimiento universitario.
Durante el semestre, los estudiantes, trabajaban en la ciudad, consiguiendo los recursos para pasar sus vacaciones en medio de una comunidad rural y de esa manera enterarse de primera mano de la realidad Colombiana y ayudar con alguna obra concreta en la superación de esa realidad.
          
Visita de médicos
En una ocasión el grupo que fue a Donachuí, tenía como objetivo, ayudar en la construcción de una nueva aula para la escuela del poblado. La construcción sería dirigida por los indígenas y los Bunachu, haríamos de obreros rasos a las órdenes de ellos.
Nuestro celo por que los estudiantes respetaran las costumbres indígenas y no fuera a haber ningún conflicto, fue un poco excesivo, nuestro interés por captar a algunos de ellos que en el futuro pudiera engrosar los equipos de USEMI, no fue muy fructífero, pero creo que la oportunidad de cambiar un poco la imagen que de los indígenas tenía la sociedad y sobre todo los intelectuales, fue muy importante y se reflejo en futuros encuentros nacionales y en el desarrollo de los movimientos políticos y sociales que se sucedieron.
Con ocasión de la construcción de esta escuela, nuevamente salió a flote las necesidades arquitectónicas de la escolaridad tradicional de nosotros los Bunachu. Luego de que se hubo terminado el enjaulado de la casa, que era colocar horcones, vigas, tirantes y largueros y las cañas que soportarían el barro del bahareque, se hizo el empajado del techo y posteriormente a esto se empezó a pisar el barro y a armar las paredes.
Yo vi como esas paredes subían y subían sin dejar espacio para mis preciosas ventanas. Corrí, pedí que suspendieran mientras yo hablaba con Apolinar Torres el Comisario (cacique del pueblo) y le rogaba que diera orden para que dejaran los espacios para las ventanas y de esa manera iluminar el salón y facilitar la visibilidad tan importante para que los niños estudiantes pudieran utilizar el tablero, y los cuadernos y así aprender toda la ciencia que teníamos por transmitirles.
La comprensión de los “mayores” se hizo evidente nuevamente y me permitieron marcar el lugar y el tamaño que quería para las ventanas.
Terminada la obra de construcción fuimos invitados a comer con los Indígenas. Las mujeres habían preparado un abundante “Kunchi” o sancocho. Recuerdo que tenía carne se chivo, plátano, yuca, papa, malanga, ñame, guandú y cebollín.
Al recibir nuestra porción fuimos instruidos de que quien debía comer primero era la casa. Ya construida era un nuevo ser vivo en medio de la comunidad; así que indios y Bunachu, recorrimos alegremente las paredes frescas de la casa que sería escuela y fuimos enterrando en el barro de sus paredes pequeñas porciones del Kunchi con que estábamos celebrando su bautizo.
Allí recordé mi primer encuentro de arquitecto con la cultura Arhuaca y vi coherente la exigencia del permiso para modificar la estructura de una casa. Sus habitaciones son seres vivos con un propósito, un significado y unas funciones que deben entenderse en su profundo significado. La casa Arhuaca tiene dimensión humana.
La Kankurua (casa ceremonial) era uno de los lugares de transmisión del conocimiento tradicional, el Mamo era el maestro por excelencia y en general el grupo de los mayores lo eran también; pero esa educación se realizaba en la noche, en la penumbra formada por la fogata central, no se requería luz, ni cuadernos, ni tableros, ni lápices, ni tizas; solo la respetuosa y sumisa atención de toda la comunidad, durante largas horas de desvelo, sin recreos, sin exámenes, ni calificaciones.
¿Cómo adaptaríamos la escuela occidental, para que no chocara con esta escuela aborigen?
La escuela como edificación destinada a las labores intelectuales, comenzó a ser apenas una parte pues la actividad intelectual de desarrollaba en todos los espacios de la vida de la comunidad: La casa, la finca, los trabajos comunales, la Kankurua, las ceremonias, las siembras, las cosechas, la enfermedad, la vida y la muerte.
De campamentos Universitarios y de otras actividades con estudiantes, surgieron algunas personas que por temporadas se integraron al trabajo de base, no hubo nunca alguien que de manera permanente se nos uniera, pero poco a poco estas actividades fueron permeando a la juventud y a profesionales simpatizantes con el tipo de trabajo que hacíamos. Y sobre todo fue iluminando su manera de ver y considerar a otros colombianos que hasta esos momentos poco o nada les permitíamos intervenir en el panorama nacional.
Creo que es necesario reconocer también que hacíamos esfuerzos por conseguir adeptos a nuestro movimiento, pero éramos muy poco tolerantes a su novatadas, los queríamos expertos y no contábamos con los instrumentos necesarios para transmitirles esa experticia, de la que nos creíamos poseedores.
Queríamos que más personas vinieran a engrosar nuestros equipos, pero no teníamos una estructura clara de formación y asesoría a aquellos voluntarios. Nuestras permanentes críticas a ellos los alejaba más que atraerlos.
Usemi no tenía un estilo, una forma de ser misionero claramente definido y esto daba como resultado, que cada pupilo terminaba adoptando el estilo del equipo en el cual trabajaba o el de su mentor y cuando participaba con otros, encontraba diferencias y se presentaban incomodidades que hacían que el pupilo desistiera. Éramos demasiado temerosos de los errores que pudieran cometer nuestros novatos, olvidando la capacidad de tolerancia que con nosotros tenían los indígenas y definitivamente confiábamos poco en la “parábola del cuerpo místico”
Usemi tenía un equipo Coordinador Asesor, no existía ya de derecho la figura de la Coordinadora General, pero de hecho esa función la seguía ejerciendo María Eugenia Posada. Su poder sobre la gestión general de la organización, hizo, para bien o para mal, desistir a muchas personas de seguir en la organización. La figura de la consagración había desaparecido, sin que la reemplazara ninguna otra formalmente diseñada y aceptada. Era el consenso o el ambiente que el novato percibía, lo que lo hacía continuar o retirarse.


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También se mezclaban diferentes intereses: los de las misiones católicas tradicionales, que querían extender la fe de Cristo bajo el pontificado Romano. Los intereses de quienes creían en el surgimiento de una nueva iglesia latinoamericana que tuviera en cuenta las diferentes manifestaciones culturales propias de cada pueblo o cultura. Los intereses en la preservación de las culturas indígenas, con mentalidades desde aquellos preservacionistas a ultranza, bajo la creencia de la existencia del “Buen Salvaje”, hasta aquellos que creían en el aporte de las culturas autóctonas a la revolución.
Creo que esta situación de crisis, de cambio, de explosión de nuevas maneras de entender la fe, la cultura, la política y la economía, impidió que Usemi pudiera atraer con fuerza al seno de su movimiento y su misión, a nuevas personas que se le unieran en su propósito.
El reconocer que no solo el estudio de las sagradas escrituras, la historia de la iglesia, el papel de los laicos en difundir una forma de vivir insertos en la sociedad pero iluminados por el Evangelio, hizo que viéramos la importancia de una preparación científica sobre todo en  las ciencias sociales y en una metodología de trabajo que terminamos por llamarla” Investigación Participante”
No creíamos que nuestro papel era el de ser meros espectadores que estudiábamos los fenómenos sociales que afectaban a las comunidades indígenas, sin tomar parte en la superación de las condiciones de injusticia que allí se vivían. Investigación participante era algo más cercano al mandato que como cristianos habíamos recibido de “Ser fermento en la masa”.
Por esta razón  vimos un  campo de trabajo para el encuentro de nuevos miembros para nuestro movimiento en medio de los estudiantes de ciencias sociales. El resultado de este trabajo también fue pobre en cuanto a que USEMI creciera numéricamente con nuevas personas que se dedicaran de tiempo completo a un trabajo con los Indígenas inspirado como el nuestro, desde la fe Cristiana.
Lo que sí creo, es que sin que hubiera sido un propósito claro, USEMI en su interacción con jóvenes, instituciones, movimientos, ideologías, partidos políticos, etc. Dio y sigue dando un importante testimonio de personas de fe comprometidas con los pobres y con los oprimidos, y ese testimonio a impregnado e inspirado a otros y ha ayudado a que a la labor de la iglesia se le dé una mirada más justa o por lo menos diferente a la que estas corrientes políticas y culturales daban, al qué hacer misionero.
Recuerdo con mucho cariño un programa que hicimos Astrid y Yo con la tolerancia de los integrantes del equipo de Medellín. El Disco Foro. Contando con el espacio de la casa USEMI, con que era costumbre en el barrio que las familias fueran a la capilla de esa casa a la celebración eucarística, con que en el barrio ya nos conocían como gente de fe dedicada al servicio cristiano a los demás, invitamos a los jóvenes a reunirnos un día por semana. En aquella reunión les contábamos cosas y casos de la vida misionera, tratando de influir en ellos para que algún día como adultos decidieran dedicarse al servicio de los demás. Luego escuchábamos alguna de las canciones mensaje o “Música protesta”, tan popular en los 60s y 70s, y hacíamos un debate en mesa redonda sobre el tema.
La reunión llegó a ser muy popular entre los jóvenes que invitaban a sus amigos y algunos de los allí convocados viajaron a los territorios indígenas a tener experiencias misioneras y a vincularse por períodos a nuestro trabajo.
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Monseñor Gerardo Valencia Cano, fundador de USEMI fue presidente de la Comisión de Misiones del CELAM y en esa condición facilitó la participación de miembros de UFEMI en muchas de las reuniones del Episcopado Latinoamericano. La participación de  los miembros del movimiento fue como pertenecientes al equipo logístico de secretarias encargadas de mecanografiar y policopiar ponencias y conclusiones para el estudio de los prelados y luego para su difusión. Esto permitió a las misioneras que participaron, conocer, escuchar, dialogar y consultar a muchos prelados importantes de la iglesia latinoamericana y este fue el mecanismo para conocer lo más avanzado del pensamiento de los jerarcas de la iglesia en las importantes reuniones que durante aquellos años se celebraron y de otra parte permitió que USEMI fuera conocido por muchos obispos misioneros que se interesaron en tener en sus diócesis equipos misioneros laicos de USEMI.
De esta manera se fundaron los equipos de Barquisimeto Venezuela, Changuinola Panamá y Chiapas México, en el cual tuve el privilegio de trabajar durante tres años.
Una estrategia que por aquellos días de finales de los 60s, manejamos con el fin de mantener la unión entre los diferentes equipos de Base y también con el fin de mantenernos informados de los acontecimientos, programas y metodologías que en cada región se utilizaba, fue el Boletín.
Cada equipo redactaba periódicamente el suyo, el cual era enviado por correo postal a los demás, Allí dábamos noticias, relatábamos experiencias, compartíamos reflexiones, sobre el trabajo a la luz de la fe y de los acontecimientos del diario vivir. Esta estrategia permitía cuestionarnos nuestro qué hacer, al confrontarlo con el de los demás.
Fue Don Samuel Ruiz García, obispo de San Cristóbal de las Casas, en el estado de Chiapas México, que reemplazó a Monseñor Gerardo Valencia en la Comisión de Misiones, quien invitó a USEMI, a ir a integrar con otros seglares, religiosos que habían decidido dejar sus hábitos, pero continuar su labor como laicos y con otros religiosos, un equipo misionero multifuncional.
El Obispo Ruiz García, pretendía que nosotros ilumináramos aquel trabajo misionero con nuestra participación y nuestra experiencia como seglares en los trabajos d evangelización y además que diéramos fe de la importancia de apoyarnos en la investigación antropológica y el respeto a la estructura de las comunidades en medio de las cuales trabajábamos.
Para mí esta experiencia es testimonio de que si USEMI, no creció numéricamente como institución, si creció como ideología, como manera de realizar el trabajo apostólico del seglar dentro de la estructura de la iglesia.
Debo expresar de manera sincera que en mi opinión ha sido la iglesia jerárquica la que no ha aprovechado suficientemente estas experiencias misioneras seglares, para introducirlas de manera formal en un trabajo apostólico más universal; pero confío en que hay muchos seglares organizados o no, que continúan trabajando con este espíritu de búsqueda y generosidad en la Villa del Señor.
Pero providencialmente tal vez, esa “Crisis” vocacional, si así es justo llamarla, se unió al desarrollo del trabajo en la Sierra, donde veíamos como más importante que lo que nosotros hacíamos, pasara a manos de los propios indígenas y no a manos de otro personal foráneo que nos reemplazara.
Lo anterior nos hizo pensar en la necesidad de desarrollar un trabajo en el campo de la educación y de la salud, que involucrara no solamente a la comunidad de Donachuí, sino a toda la Sierra y para ello poner nuestro trabajo a las ordenes del Cabildo Gobernador de la Comunidad Arhuaca y por medio de él obtener la colaboración de algunos maestros indígenas que trabajaban en El Pantano y en San Sebastián de Rábago. Ellos por ser  bilingües, serían un gran aporte para el movimiento cultural que estábamos iniciando y con el respaldo y asesoría de las autoridades centrales tendríamos mayor seguridad de éxito, pues con ellos involucrábamos en el trabajo escolar, la tradición y el profundo pensamiento indígena.
Astrid y yo regresamos a Colombia luego de tres años en México y creo que con nuestra experiencia pudimos apoyar el trabajo volante o global que se estaba iniciando en la Sierra y en algunos otros puestos de trabajo de Usemi en Colombia.
Nuestro trabajo en México, no había sido un trabajo focalizado en un poblado con una comunidad. Habíamos trabajado con un equipo grande integrado por Sacerdotes, religiosas, seglares mexicanos y de otras nacionalidades. Este trabajo se hacía de manera itinerante por muchas comunidades y poblados, Al equipo también pertenecía una red de catequistas indígenas, los cuales en muchos de los casos eran los maestros en su comunidad y eran los capitanes (Jefes civiles religiosos) de la localidad.
Esta estructura de equipo exigía momentos de planeación, de estudio y capacitación específica, coordinación de diferentes labores, habilidades, recursos y tareas; y creo que lo pudimos transmitir y en hora buena fue importante para las actividades en la Sierra y las que el Equipo Coordinador – Asesor, desarrollaba con los equipos de Panamá, el Vaupés y el Guaviare.
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El estudio sistemático de la antropología y la lingüística.
USEMI concientizó la importancia del estudio de la antropología y de emprender un estudio sistemático de la cultura de las comunidades en medio de las cuales trabajaba. Se organizaron cursos de antropología y de técnicas de investigación antropológica, que nos dieran las herramientas con qué encausar nuestro gran deseo de descubrir al verdadero indígena escondido tras los múltiples prejuicios de años de historia en los que nos creímos superiores y poseedores de la única verdad.
Vicencio Torres Márquez, Historiador Arhuaco
Conocer la cultura indígena, sistematizarla con ayuda de los mismos indígenas y devolverla pedagógicamente a la misma comunidad, era la formula en la que creíamos, como mecanismo para dinamizar desde dentro su desarrollo sin que implicara desintegración cultural.
La investigación participante fue la metodología utilizada. No nos retiramos del trabajo de base para prepararnos intelectualmente. Los profesores y asesores viajaron a los equipos y allí desarrollamos los estudios con la participación abierta a los indígenas.
Acción – Reflexión – Acción, fue el ritmo que pusimos a nuestro trabajo.
Las conclusiones o generalizaciones a las que llegábamos, eran conocidas de primera mano por los mismos indígenas quienes nos hacían críticas, aportes y sugerencias.
El material recopilado o sistematizado era inmediatamente utilizado en nuestras labores pedagógicas, pues considerábamos que los primeros dueños de ese producto intelectual, era la misma comunidad.
                  
Santuno Mojíca, indio Wiwa enseñando a tocar la Kuzhi
Los mismos instrumentos con los que trabajábamos, como es el idioma, ya estaban cargados de condicionantes que nos limitaban la comprensión del indio. La castellanización era también el camino de la pérdida de las lenguas aborígenes y es por eso que la posibilidad de graficar los idiomas indígenas se nos volvió una urgencia. Si además de aprender a hablar y escribir el español, como mecanismo de comunicación eficaz con el entorno nacional, los indígenas pudieran escribir su propio idioma, la preservación y el desarrollo de la cultura indígena, tendría una herramienta más en su esfuerzo por prevalecer.
Usemi no dejó de pensar en los Institutos del CELAM como los instrumentos para la preparación de un buen misionero, pero comenzó a organizar cursos periódicos y flotantes de antropología, investigación social y lingüística.
Miembros de Usemi, participamos en reuniones organizadas por el Instituto de Liturgia y Pastoral y el Instituto de Misiones, como alumnos y como ponentes y asesores en algunos de sus cursos y congresos.
El equipo de la Sierra tuvo una particular relación con el Instituto de Liturgia y Pastoral  sobre todo en la época en que fue dirigido por el Padre Álvaro Quevedo. No solo fuimos sus alumnos, también nos acompañó en nuestras reflexiones, y nos aportó los conocimientos de muchos de los maestros que por allí pasaron, con quienes pudimos dialogar, discutir, intercambiar ideas y conocimientos, en la Sierra, en el Instituto y en la casa Usemi.
Recuerdo con especial cariño, la generosidad del Padre Andre Aubri, quien luego de una charla que dicté en Medellín, a los alumnos de un curso en el que él participaba como experto en liturgia; me dijo, que lo que le había logrado trasmitir, le había iluminado tanto, que había replanteado toda su postura y pensamiento sobre la liturgia. Más tarde supe que se había dedicado en Chiapas al amparo de Monseñor Ruiz García, al estudio y la investigación de nuevas alternativas para la liturgia y la evangelización de las Culturas.
En 1974 fui invitado como asesor al Congreso Panamericano de Misiones, que el Instituto de Misiones del CELAM, realizó en Caracas Venezuela.
Esto lo cito porque es un testimonio de lo que Usemi como movimiento seglar logró hacer en medio de una iglesia generosa a veces y otras no tano.
Equipo Coordinador-Asesor.
USEMI contrató profesionales confiables, quienes de manera itinerante comenzaron a visitar los diferentes puestos de trabajo para darnos capacitación.
En un segundo momento este equipo de asesores, fue integrado por algunos miembros de Usemi y se dedicó a  asesorar a cada uno de los equipos de base en sus programas de investigación local, dando como resultado estudios monográficos con diferente profundidad que reunían de manera clara el conocimiento que cada equipo había logrado de la cultura indígena en la cual se encontraba inmerso. 
Algunos miembros de estos equipos de base, con la colaboración del equipo Asesor y Coordinador, conformaban un equipo de trabajo volante que se desplazaba por los diferentes poblados de la Sierra, prestando sus servicios de capacitación y formación a diferentes programas que contaban con el respaldo del Cabildo Gobernador.
Una de las funciones principales de este equipo era la de ayudar en la investigación cultural, la sistematización de los resultados de dichas investigaciones y la asesoría en la producción de material didáctico, como insumo para los mismos programas de trabajo.
Como en la Sierra, el trabajo de base no se interrumpía, la integración con las autoridades era cada vez mayor y la participación de los maestros indígenas y de aspirantes a serlo era una favorable oportunidad. Este programa de investigación se convirtió en una investigación participante, donde la comunidad en la persona de sus autoridades, de los maestros y de los alumnos, eran los mejores informantes y los mayores críticos de los resultados o conclusiones a los que llegábamos.
Sin proponérnoslo muy claramente, pero conscientes de los efectos, vimos como estas reuniones, cursos, trabajos de investigación, discusión, clarificación y sistematización, donde organizadamente participaban autoridades indígenas, líderes, maestros, prospectos de maestros, enfermeros indígena y alumnos, fueron sirviendo a los indígenas para reflexionar su propia cultura, para clarificar sus normas, pautas de comportamiento, creencias, mitos y en fin, su situación de pueblo inmerso dentro de una estructura mayor y dominante y en medio de la cual podrían encontrar mecanismos de organización que les permitiera participar con iguales derechos y diferencias culturales que debía proteger, preservar y desarrollar. Se estaba dando lo que Paulo Freire denominaba el proceso de la concientización.

La publicación de cartillas y material didáctico bilingüe.
La Universidad de los Andes, la biblioteca Nacional y algunos contactos con el Ministerio de Gobiernos, El Instituto Lingüístico De Verano y misioneros norteamericanos que ya habían avanzado en los estudios de las lenguas indígenas, nos ayudaron muchísimo.
Publicamos las primeras cartillas de lectoescritura en las diferentes lenguas indígenas de la Sierra Nevada, primero el Arhuaco, luego el Kogi y más tarde el Wiba. Noel Olaya en su calidad de asesor en Teología, pertenecía al Equipo Asesor de Usemi, pero por su gran conocimiento de la lingüística y la filología, fue el gran impulsor del estudio de las lenguas indígenas. Beatriz Toro con su gran capacidad como investigadora, Gloria Uribe con sus conocimientos pedagógicos y los demás miembros de los equipos con los aportes surgidos de nuestros diarios de campo, de las fichas temáticas y sistematizaciones que íbamos intentando, fuimos junto con los maestros e informantes indígenas dándole forma a un currículo que cada vez se acercaba más a ser una respuesta adecuada a las verdaderas necesidades de las comunidades indígenas de la Sierra.

 
Es
E
Estudiante Kogi (JavierLoperena)Maruamake 1977 aprox

Hay que resaltar también que más que hablar nosotros los idiomas indígenas, nos interesaba que los mismos indígenas lo escribieran y lo leyeran, pues veíamos en ellos la posibilidad de que no se perdieran como riqueza cultural de nuestra patria, como mecanismo de comunicación de un pueblo diferente al nuestro, que tenía todo el derecho a preservarse y desarrollarse, a escribir su propia historia y a desarrollar su propia literatura de la manera más autónoma posible.
Iniciamos la batalla por lograr que la grafía que proponíamos nosotros, fuera la que se oficializara con el apoyo del Ministerio de Educación, ya que la grafía internacionalmente reconocida y utilizada; acercaba más la ortografía de las nuevas lenguas que se escribían a la ortografía del inglés y no a la del castellano que era el idioma de contacto con que tenían que alternar los alumnos de las escuelas indígenas.
Teníamos ya la forma; los niños indígenas de las escuelas que atendíamos nosotros eran alfabetizados en su propia lengua. Ellos se volvieron profesores nuestros, pues cada clase era el momento en el cual corregían nuestros errores o malas interpretaciones; lo cual nos permitía corregir y mejorar el material que comenzamos a editar.
 



Nuabi y Javier, estudiantes Kogi escuela de Maruamake 1977 aprox
Antes la escuela era aceptada por los mayores Indígenas, por cuanto era la herramienta para que algunos de ellos aprendieran el manejo correcto del idioma castellano hablado y escrito y estos miembros de su comunidad tendrían el encargo de servir de intérpretes, a las autoridades tradicionales en su relación con el Estado Colombiano y las comunidades no indígenas de la periferia del territorio indígena en sus relaciones comerciales y sociales.
Ahora nosotros les planteábamos, no empezar a  enseñarles a escribir y leer el castellano, sino su propia lengua. Esto no dejó de causar inquietud entre la comunidad Indígena, que consideraba aquello como una pérdida de tiempo. Hubo necesidad de reuniones, análisis, diálogos, testimonios, que terminaron por convencer a la comunidad de la importancia de nuestra estrategia y rápidamente el avance del rendimiento escolar terminó por disipar las reservas de algunos de los indígenas.
La educación que comenzamos a llamar bilingüe, se generalizó y para sorpresa de todos, antes de que nos diéramos cuenta los alumnos estaban leyendo y escribiendo tanto el idioma nativo, como el español.
Javier y Picalito, cargando agua para la colada escolar
Debemos recordar aquí las discusiones con los encargados del Instituto Lingüístico de Verano y los misioneros extranjeros cuyo objetivo era la traducción de la Biblia a las lenguas indígenas como medio de Evangelización. Los buscamos para insistir en nuestros argumentos sobre la grafía y la ortografía y lograr unificar esta herramienta.
Gran ayuda recibimos en esa oportunidad del Doctor Jon Landaburu, quien nos aportó incondicionalmente su conocimiento y creo que a su esfuerzo y el de la Universidad del Los Andes debemos que la comunidad Arhuaca, cuente hoy con un lingüista indígena, miembro de esa comunidad con titulo universitario.
Si ya teníamos las lenguas indígenas como forma, los contenidos distaban mucho de ser los que estuvieran acordes a la realidad que vivían los indígenas en medio de un movimiento indígena nacional muy activo, que reiniciaba importantes luchas por la recuperación de sus tierras, el respeto a sus autoridades tradicionales, el reconocimiento de sus particulares formas de gobierno y la equitativa distribución de los recursos del estado.
Los temas clásicos de la escuela elemental uniformes para toda Colombia, casi nada tenían que ver con la realidad, con la problemática que se manejaba en medio del mundo indígena. La superación de los cinco años de escolaridad primaria, solo lograba incrementar en poco el número de los indígenas, que comenzaban a olvidar su lengua, a no reconocer las autoridades tradicionales, a vestirse a la manera occidental y a tratar de distinguirse de sus iguales por el tener y no por el ser.
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La salida de los Capuchinos.
Dentro del proceso de lucha por el mantenimiento de la autonomía indígena, la recuperación de la tierra y a ejemplo de lo que hacían otros grupos indígenas, especialmente los Paéses y los Guambianos en el Cauca; los Arhuacos se organizaron nuevamente como Cabildo, nombraron un Cabildo Gobernador como autoridad mayor que los representara ante el gobierno nacional. 
Exigieron la salida de la Comunidad de los Padres Capuchinos de la casa que ocupaban en San Sebastián de Rábago, poblado que recuperó su anterior nombre de Nabusimake y que nuevamente se convirtió en la capital del mundo Arhuaco.
De esta manera la educación de los indígenas dejó de recibir la influencia directa de los misioneros capuchinos. Los maestros indígenas con que contaba la educación nueva, en su mayoría habían sido alfabetizados por los misioneros capuchinos y de alguna manera la influencia de su pedagogía quedaba presente, mediatizada solo por las nuevas influencias nuestras, las de los mayores y autoridades ancestrales.
Para ese momento USEMI, contaba con un grupo de trabajo en Donachuí, otro en Senimí y otro en medio de la comunidad Kogi de  Maruamake. Había tenido por un corto tiempo un equipo en Avingue, en medio de los Wiba.
A finales de los 70s, la tragedia visita a USEMI; en el accidente de un avión de TAC, Trasportes Aéreos del Cesar, ocurrido en las mismas estribaciones de la Sierra Nevada, murieron Mariela Gallón, Ligia Bernal y Amparo Galeano, miembros del equipo misionero de Usemi.
Como muchos misioneros a lo largo de la historia, USEMI también sembró las tierras de misión, con los cuerpos de inolvidables compañeras de trabajo, que al frente de su generosa labor terminaron su vida en la misma tierra en que trabajaron.
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El diseño de un currículo especial para los indígenas.
Sí los alumnos indígenas comenzaron a ser nuestros maestros de la lengua, el Comisario, los Mamos y en general el grupo de los mayores, comenzaron a ser abiertamente maestros en las escuelas y a mediatizar los contenidos, los horarios y los calendarios. No era la comunidad la que tendría que someterse al calendario anual de las escuelas, sino la escuela que debería adaptarse al calendario anual de la comunidad, tomando en cuenta, su división por cosechas, siembras, trabajos con los animales, rituales según el ciclo de la vida y los acontecimientos que interesaban a la comunidad.
Estudiantes de la escuela de Maruamake, sacando maguey
Alejo Díngula sentado.
La asistencia de los alumnos de las escuelas a la Kankurua, para recibir las enseñanzas de los Mamos era acontecimiento no visto como extraordinario, lo mismo ocurría con su asistencia a la Oficina o sitio de reunión de la comunidad presidida por el Comisario o autoridad civil.

Las artes manuales se enriquecieron con el aprendizaje de fabricación de Kuizhi o gaitas, con la aceptación de la práctica cultural del hilado de lana, algodón y fique y el tejido de las Mochilas. El telar vertical se integró como ejemplificación del uso de la matemática.
Con la ayuda entusiasta de alumnos y de todos los miembros de la comunidad de realizó la investigación del diseño de las mochilas que publicamos con el nombre de TUTU – Arte Arhuaco. Este trabajo recogió los diferentes diseños Arhuacos haciendo una diferenciación con aquellos introducidos y que no correspondían a la usanza tradicional. Este trabajo creo que ha apoyado la permanencia del arte Arhuaco y tal vez será el soporte para que no desaparezca en el futuro.
Estudiantes de la escuela Aruhaca de Donachuí
El recreo como momento de descanso de alumnos y profesores, dejó de presentarse, ya que culturalmente el trabajo continúa mientras algunos de los trabajadores descansan y el descanso general  realizado como juegos o deportes era considerado como pérdida de tiempo. Este tema hasta donde he seguido el proceso no ha tenido mayor elaboración y creo que merece mayor estudio pues involucra, descanso, cambio de actividad, ritmos culturales de las diferentes actividades físicas y mentales, desarrollo de los deportes, la salud, los procesos de sanación y el conocimiento del cuerpo y su cuidado.
La educación Bilingüe y bicultural.
Nuestro estudio de la antropología y particularmente nuestro conocimiento cada vez más profundo de la cultura indígena, nos dio la oportunidad de ir incluyendo en la temática escolar, aspectos más relevantes de esa cultura. Inicialmente tal vez solo con la incorporación de formas, casos y elementos de la cultura material, instrumental, pero cada vez llegando con mayor profundidad a temas de la organización social, la cosmogonía, la tradición, la ética indígena, el arte, la salud y la capacitación en artes y oficios que dieran a los egresados instrumentos reales para responder a las expectativas de los mayores y herramientas para enfrentar los retos que como grupo se les estaban presentando.

Mamo enseñando la música tradicional a los estudiantes de la escuela Kpgi de Maruamake
Habíamos sido aceptados para que les enseñáramos el castellano, el manejo aritmética básica, como herramientas de comunicación con unos vecinos que casi siempre los engañaban. También era importante muestra presencia para obtener con ella un buen manejo de algunas enfermedades desconocidas por ellos, frente a las cuales la medicina occidental ofrecía resultados asombrosos y rápidos.
No olvidábamos que el objetivo de USEMI era el de un movimiento misionero, esto, de forma no muy consciente nos hacía querer desprendernos de las tareas de maestros y de enfermeros, dejarlas en las manos de los mismos indígenas y nosotros dedicarnos a lo que habíamos venido y para lo cual nos estábamos preparando con nuestro constante estudio de la cultura y nuestro participar cada vez “encarnado” en la realidad indígena. Y ¿no eran estos temas seculares los que tocaba enfrentar a los laicos y dejar los religiosos a las personas consagradas? El laico debía hacer su tarea secular inspirada en el evangelio y impregnada en él.
Este esfuerzo nos fue llevando al estudio de la pedagogía porque solo algunos de nosotros habían pasado por una formación superior en dicha ciencia. El estudio de la cultura nos fue dando evidencia de la pedagogía inserta en las diferentes costumbres y manifestaciones culturales a nivel de la familia y de la comunidad general.
Nos vimos en la necesidad de sistematizar el conocimiento que a ese nivel habíamos logrado y de hecho lo hicimos en la publicación que llamamos. El desarrollo Socio Cultural de los Indios de la Sierra Nevado – Apuntes para un Modelo Pedagógico.
Allí con el aporte de mis compañeros hice un intento de generalización que involucraba a todos los grupos Indígenas de la Sierra y que pretendía ser la base para el planteamiento de una verdadera Educación bicultural.
Quisiera que este trabajo hubiera sido o fuera recogido por personas que avanzando más en profundidad sobre el conocimiento de las culturas descendientes de los Taitonas, lo apropiaran como base para una autentica pedagogía indígena; o que dándole solo el valor de su intencionalidad, retomaran el tema y diseñaran caminos que llevaran la sabiduría indígena a escenarios de verdadero desarrollo autóctono.
El convenio de asesoría con el ministerio de educación y la promulgación de la ley sobre educación indígena.
La dinámica del trabajo que hasta ese momento habíamos desarrollado, exigía, para su propia seguridad y permanencia en el tiempo, que coordináramos con las autoridades que a nivel nacional manejaban los programas oficiales de Educación. Ya contábamos con un movimiento suficientemente fuerte y expandido por la mayoría de los poblados indígenas de la Sierra y que era respaldado e impulsado por las propias autoridades indígenas.
En compaña de las autoridades indígenas viajamos a Bogotá y nos reunimos en el Ministerio de Educación con las personas encargadas del diseño curricular que regía para la Nación; les informamos de nuestro trabajo y objetivos y les solicitamos el seguimiento, asesoría y respaldo para que este esfuerzo no se frustrara y antes por el contrario fuera soportado por una legislación que lo amparara, lo reglamentara y exigiera su aplicación e hiciera seguimiento a su desarrollo cada vez de manera más amplia y profunda.

Picalito y Francisco Dingula aseando sus muebles escolares

La respuesta de quienes en ese momento manejaban aquellos asuntos no pudo ser mejor ni más entusiasta. La misma directora de la oficina de Diseño Curricular, Dra. Santamaría de Reyes, viajó con un grupo de expertos y colaboradores a la Sierra, se entrevistó con las autoridades indígenas, evidenció la forma de trabajo, presenció el desarrollo de algunas de las actividades de capacitación de maestros y acto seguido nos brindó su apoyo y asesoría hasta lograr la promulgación de la LeyXXXX sobre educación Indígena.
La consecución de esta arma legal, impulsó un cambio en la educación para los diferentes pueblos indígenas, por el cual se venía trabajando no solo en la Sierra sino también en otros lugares y a través de otros protagonistas.
Los Maestros Indígenas.
A estos logros se siguió la capacitación y contratación oficial de maestros indígenas que hasta el momento regentan las diferentes escuelas que existen en la Sierran Nevada de Santa Marta.
A estos maestros capacitados en medio de la actividad escolar de esas épocas, siguieron muchos jóvenes Arhuacos que llegaron a diferentes universidades del país y que gracias al permanente contacto y coordinación de actividades culturales y políticas con sus autoridades tradicionales, han ayudado a mantener vivo el anhelo de los Arhuacos de progresar sin dejar de ser lo que son y siempre han sido.
Aun hoy en 2009, sigue ligada a ese esfuerzo fabuloso, Gloria Uribe, quien tal vez se haya separado formalmente del grupo que sigue llamándose USEMI, pero de corazón y de hecho sigue siéndolo y lo que se me hace más importante es que como ella, todas las demás personas que continúan vinculadas de alguna manera al trabajo misionero, están aun buscando la forma de aportar como laicos a un trabajo inspirado en la fe Cristiana.
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Los Enfermeros indígenas.
Al igual que el trabajo por lograr que hubiera maestro indígenas, Leila Betancur, Rocío Gallego, Sofía Toro, Ligia Bernal y otras que se me pueden escapar, lideraron con Leonor Zalavata y otros Líderes Arhuacos, un importante trabajo por reunir y capacitar a un grupo de hombres y mujeres Arhuacas, como auxiliares de enfermería.
El entusiasmo que a este programa se dedicó, la colaboración de varios médicos de Valledupar, quienes viajaron en ocasiones a la sierra o recibieron consultas, pacientes y siempre dieron un desinteresado aporte. El Hospital Regional, que recibió a nuestros estudiantes como pasantes y practicantes, de la secretaría de Salud que dio el respaldo a estos enfermeros rurales y les aportó elementos, contratos y dotaciones y como siempre el apoyo de las autoridades tradicionales, fue definitivo para el éxito.

Los enfermeros aprendieron rudimentos de dentistería
Con pollos aprendieron las técnicas de sutura
Los indios elegidos para este programa, no eran jóvenes, eran adultos, mujeres y hombres ya con sus familias establecidas, lo que hacía más fácil el abordaje de muchos temas y que pudieran atender en el futuro a pacientes de todas las edades.

Manejo personalizado de pinzas, dosis, nombres y asepsia, para los enfermeros
Las dificultades iniciaban por tener que repasar o enseñarles lectura, escritura, y matemática básica. La Anatomía y raíces, griegas y latinas para poder entender el glosario propio de las ciencias médicas.
Enfrentar decidida pero respetuosamente mitos y eventos mágicos de la cultura indígena, haciendo de ellos las necesarias reinterpretaciones que permitieran mantener el importante dialogo entre los Mamos y los enfermeros.
Todo eso fue un frenesí de trabajo entusiasmador. Se editaron manuales y cartillas; se consiguió dotación para nuevos puestos de salud y sobre todo se incremento nuestro conocimiento sobre los conceptos de salud manejados al interior de la Cultura Indígena.
La lucha por la recuperación y cuidado de la tierra, por una educación que partiendo de sus raíces culturales y filosóficas, se proyectara al futuro, el trabajo por integrar los adelantos de la medicina occidental sin olvidar la sabiduría ancestral, el permanente esfuerzo por conservar la autonomía indígena en cuanto a el gobierno interno y la administración de sus recursos, en medio de una vida marcada por sus normas culturales y el empoderamiento de líderes indígenas en las funciones nuevas que habían de instaurarse, se convirtieron en los frentes de trabajo claramente definidos.
USEMI dejó de mirarse hacia dentro como organización que debía preservarse, cultivarse y crecer y se convirtió en una manera de pensar, sentir y ejercer la vida ciudadana, profesional y cristiana.
Quienes aun trabajan en actividades misioneras, quienes alguna vez  lo hicimos y quienes compartieron con nosotros ese intenso trabajo, cuando nos encontramos o nos reunimos para alguna celebración, constatamos que seguimos siendo USEMI, seguimos siendo misioneros, pues serlo no era un encargo, un trabajo, una profesión; era una postura de vida que desde nuestras raíces cristianas, ha impregnado nuestro particular proyecto de vida.
Quiero recordar aquí, lo que afirmé al inicio de este relato, cuando afirmé que no vi mucha diferencia entre Ufemi y Usemi y esto lo constato cada vez que con algún pretexto nos reunimos, allí en esas reuniones, no se ve tal distinción.
Usemi no es un movimiento misionero, sino una forma de ver el cristianismo de algunas personas, que en hora buena fueron tocadas por Monseñor Gerardo Valencia Cano, la iglesia Católica postconciliar y las culturas indígenas latinoamericanas.

León Montoya Naranjo
Octubre de 2009.







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